6 de marzo de 2012

Los siete pecados de la memoria, de Daniel Schacter

Los siete pecados de la memoria es un ensayo de divulgación publicado en 2001 por Daniel Schacter, catedrático de Psicología de la Universidad de Harvard, y seguramente uno de los hombres que más sabe en el mundo sobre la memoria. El libro, ameno y hábilmente organizado tiene además la ventaja de apoyar todas las teorías expuestas en datos científicos obtenidos a partir de diversos experimentos. La hipótesis de Schacter es sencilla, casi obvia, y no por ello menos iluminadora. Los siete pecados, como él llama a los fallos de nuestra memoria que tanto nos preocupan, son en realidad mecanismos de supervivencia que permiten que nuestra mente trabaje con la eficiencia máxima, como esos “modos económicos” que ofrecen nuestros electrodomésticos.

Pero veamos cuáles son esos siete pecados: transitoriedad, distracción, bloqueo, atribución errónea, sugestionabilidad, sesgo y persistencia. Por transitoriedad, Schacter se refiere al borrado progresivo de nuestros recuerdos. A medida que pasa el tiempo, recordamos cada vez menos detalles y hay días, semanas y meses que acaban por desaparecer completamente de nuestra memoria. Por distracción, se refiere a esos despistes que tanto nos molestan a diario. ¿Dónde he puesto las llaves? ¿Qué hice con ese libro? No hay que preocuparse, los despistes no son fruto de un Alzhéimer incipiente como a veces podamos pensar. Según Schacter, la mayoría de nuestras distracciones obedecen más bien a una falta de atención porque nuestra mente tiene la habilidad para permitirnos actuar en modo automático mientras discurre sobre otros temas. El bloqueo es ese olvido puntual y desasosegador de un dato concreto, esa sensación de “lo tengo en la punta de la lengua”. Schacter nos llama la atención sobre el hecho de que a menudo las pistas pueden ayudarnos a superar el bloqueo aunque, en ocasiones, pueda ocurrir lo contrario. Hasta ahí los pecados “por omisión” de la memoria.
En otro rango se sitúan los pecados “por comisión”. La atribución errónea consiste en atribuir un recuerdo a una fuente equivocada, un pecado que puede tener consecuencias trágicas, por ejemplo, a la hora de identificar al autor de un delito. Un caso particularmente interesante es el de la criptomnesia, que consiste en atribuirse a uno mismo una idea que, en realidad, procede otra persona. La sugestionabilidad sería la posibilidad que ofrece nuestra mente de dejarse sugestionar por agentes externos y hacernos a creer que determinados hechos han ocurrido realmente cuando son tan solo fruto de nuestra imaginación. Schacter menciona los casos de los interrogatorios en los regímenes totalitarios, donde a base de repetir preguntas orientadas a un determinado objetivo, el preso acaba por creerse culpable. Habla también de casos en los que la presión social ha llevado a determinadas personas a convencerse de haber sido víctimas de abusos sexuales sin haberlo sido. El sesgo es quizás el rasgo más peculiar e interesante de nuestra memoria: la capacidad de nuestra mente de colorear un recuerdo con nuestra propia personalidad, dotando a ese hecho ocurrido en el pasado de una ideología, una emoción o incluso conocimientos adquiridos posteriormente. Como dice Schacter, al recordar, no sacamos una foto de un álbum y la vemos tal cuál era, sino que filtramos ese recuerdo con nuestra historia personal ocurrida desde entonces. El sesgo puede falsear sin duda los recuerdos, pero es también esa prodigiosa herramienta que nos permite dotar de sentido a nuestras vidas. Es quizás lo más parecido a la narratividad. La persistencia, por último, es la perpetuación de determinados recuerdos, con frecuencia dolorosos, que nos impide tener una visión positiva del presente. 

Frente a todos esos defectos de nuestra memoria, Schacter nos ofrece trucos y consejos pero, sobre todo, nos incita a reconciliarnos con ellos por ser también la mejor arma para movernos por el mundo. ¿Qué sería de nosotros si recordáramos todo, como en el cuento de Borges de “Funes el memorioso”? ¿Cómo conduciríamos si no pudiéramos dividir nuestra atención? ¿Qué sentido tendría nuestra existencia si no pudiéramos teñir de sentido nuestras vidas? Nuestra memoria puede jugarnos malas pasadas, pero no la culpemos, está diseñada del mejor modo posible para garantizar nuestra supervivencia.
Maite Fernández

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