14 de diciembre de 2013

Todo lo que era sólido

"La excelencia puede ser emulada igual que la mediocridad, y la buena educación se contagia igual que la grosería. Por eso importa tanto lo que uno hace en el ámbito de su propia vida, en la zona de irradiación directa de su comportamiento, no en el mundo gaseoso y fácilmente embustero de la palabrería.” Antonio Muñoz Molina. Todo lo que era sólido .

Todo lo que era sólido es una descripción social pormenorizada  en la que Muñoz Molina traslada al lector a esa época  tan reciente de nuestra historia  en la que parecía que la riqueza perduraría eternamente y que, de  repente,  se ha desmoronado. El ambiente que recrea recuerda a esas películas catastrofistas tipo Titanic, donde los protagonistas  viven tranquilos , rodeados de lujo, al borde del abismo sin saberlo  El ensayo es una descripción minuciosa del despilfarro público  (edificios, fiestas patronales, actos culturales, aeropuertos...) Hasta aquí, podría parecer que no hay nada nuevo, todo esto es de lo que se habla en cualquier desayuno de trabajo, pero Muñoz Molina hace una crítica tan fundamentada de la sociedad,  tan fuera del discurso común, que es imposible leer el libro sin sentirse algo responsable y  con ganas  de cambiar en una pequeña medida algo de lo que nos rodea.  
El ensayo es una mezcla de datos periodísticos, vivencias  personales y reflexiones. La cantidad  y la dimensión de las circunstancias  que relata  consiguen sorprender al lector a pesar de lo acostumbrados que estamos a leer este tipo de noticias.  Muñoz Molina emplea una prosa de ritmo rápido y saciante, como si estuviera enfadado y pretendiera  agotarnos y demostrar  hasta qué punto hemos vivido hipnotizados en un delirio colectivo.  Pero también intercala anécdotas y vivencias personales  que relajan la lectura y que son fruto de las relaciones que ha mantenido con políticos y representantes públicos. A través de ellas,  reflexiona sobre su idea de la sociedad española,  y lo hace con la perspectiva propia de  alguien que ha vivido fuera de nuestro país y conoce otras realidades.
Hay dos ideas, que en mi opinión, subyacen en toda la obra. Una de ellas es lo lejos que está nuestra sociedad de una auténtica libertad  de expresión. Para expresarse libremente, lo primero hay que tener voluntad de pensar. Todo lo que era sólido describe una sociedad maniquea y tribal en la que hay que acogerse al discurso del grupo y donde cualquier discrepancia con los próximos se considera una traición en lugar de una oportunidad para discurrir y hacer crecer  nuestro pensamiento. Valoramos tan positivamente la vehemencia en el habla que la identificamos con espontaneidad, naturalidad, independencia  de pensamiento y autenticidad de carácter (menganito siempre dice lo que piensa)  cuando, en realidad,  solo un tono sereno y un discurso matizado y fundamentado permite crear un ambiente libre de coacción donde todos, y no solo el sarcástico, puedan expresarse con libertad.  En opinión del autor, todavía no tenemos madurez democrática suficiente como para habernos habituado a la auténtica libretad de expresión que parte del respeto. Tampoco la prensa ha ayudado.  Muchos profesionales  han aplaudido y alentado la intransigencia y sectarismo de los partidos políticos. Y, más allá del conflicto de intereses de la línea editorial, la falta de profesionalidad en el contraste de la información  ha contribuido en los últimos años a crear una imagen de España, dentro de España, que en realidad dista bastante de lo que se veía fuera. Dice Muñoz Molina que sin periodismo serio no hay sociedad democrática. Sin información contrastada y rigurosa cualquier debate es un juego de aspavientos en el aire. Esa idea la ilustra con una anécdota grotesca. En un periódico nacional hace unos años aparecía un titular: la moda española desembarca en Nueva York. Y era cierto que había habido un desfile de cuatro modistas españoles, solo que el desfile lo financiaba el ministerio de cultura y solo habían asistido las autoridades, los interesados, sus familiares y algunos periodistas españoles.
La otra idea que creo que está presente en el libro, incluso a donde creo que toda la obra está dirigida,  es  el compromiso  que tenemos con la historia. Todo lo que no se transmite a conciencia se pierde en el paso de una generación a otra. La visión de Muñoz Molina es la de alguien que creció  soñando con un mundo de libertades. Hoy, somos privilegiados sin saberlo. No tenemos conciencia de lo excepcional que es en el mundo que la mayoría de la población tenga cubiertas sus necesidades básicas.   Tenemos la responsabilidad con la  historia de  transmitir lo que vivimos, de no callar, de recordar a la siguiente generación de dónde venimos.  Me gusta, porque creo que ilustra bastante esta idea, una anécdota que cuenta el autor sobre su detención por manifestarse en contra la condena a muerte en 1974 del  anarquista catalán Salvador Puig Antich. Muñoz Molina describe cómo aquella condena  provocó movilizaciones en todo el país, incluso  hubo intelectuales próximos a la dictadura que se posicionaron contra la pena de muerte, y denuncia cómo en una película de 2006 sobre Puig Antich,  las únicas protestas que aparecen son las que ocurrieron en Cataluña, como si el resto no hubieran existido.
Tengo la impresión de que para Muñoz Molina escribir este libro  ha sido una necesidad, que ha sentido el deber moral de hacerlo,  de contar todo lo que sabe y ha visto, de no callar. Creo que hay que agradecerle que lo haya hecho con tanta valentía. Como él mismo afirma:  recordar y contar lo que uno ha visto,  esforzándose por no mentir y por no halagar y por no dejarse engañar uno mismo por el resentimiento o por la nostalgia es una obligación cívica.









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12 de diciembre de 2013

Tema: La violencia

Próxima parada: la violencia. Los libros elegidos esta vez son Viaje al fin de la noche, de Louis-Ferdinand Céline, Leviatán, de Thomas Hobbes y Las semillas de la violencia, de Luis Rojas Marcos. Sin saber cómo, del optimismo pasamos a la conciencia social y de ahí a la violencia. No hay que buscar explicación, porque en realidad lo que nos decanta por una tema u otro suelen ser muchas veces los libros más que de los temas en sí, pero algo ha hecho que me saltara la alarma al observar esa concatenación porque, precisamente hablando de conciencia social, cada vez escucho a más personas dulces, amables y absolutamente pacíficas decir que ya está bien de tanta manifestación y que quizás sería necesario, como en otros momentos de la historia, pasar a los hechos. Pero ¿es eso cierto? ¿Puede la violencia traer algo bueno? ¿Merece la pena? ¿O tenemos hoy mejores formas de cambiar las cosas? ¿No se trata quizás de tener paciencia, de convencer, aunque eso lleve mucho más tiempo? Creo que en el fondo todos pensamos que sí, y por eso las manifestaciones siguen discurriendo pacíficamente, a pesar de las provocaciones que constantemente se observan.
Pero si la violencia política parece prácticamente desterrada de nuestras sociedades occidentales, no ocurre lo mismo con la violencia individual, con la violencia que no encuentra otra causa que las heridas emocionales. Las cifras de violencia contra las mujeres, por ejemplo, no solo no descienden, sino que parecen ir en aumento, y de vez en cuando nos quedamos atónitos ante descomunales actos de violencia perpetrada contra todo tipo de víctimas inocentes. 
            Hobbes dice que la violencia forma parte de la naturaleza del hombre. Rojas Marcos, en cambio, sostiene que la violencia se aprende. Céline piensa simplemente que el hombre es idiota. ¿Cuánto hay de verdad en cada hipótesis? ¿Hay algo que podamos hacer para acabar con la violencia? ¿Será la sociedad del futuro capaz de hacerlo?


2 de diciembre de 2013

El club de los incorregibles optimistas, Jean-Michel Guenassia

Para entrar en el club de los incorregibles optimistas, protagonista indudable de la novela de Jean-Michel Guenassia (1950, Argel), no basta con ser un habitual del café parisino Le Balto. De preferencia, hay que haber huido de un país, tener afición por el ajedrez, esconder o divulgar una intensa vida pasada, haber llegado a Francia después de un recorrido insólito, y tener la esperanza de renacer en el París de los años 60.

Quien nos presenta esos destinos peculiares es Michel Marini, un joven que ha logrado entrar en el círculo íntimo que se reúne en el mismo bar que acoge de vez en cuando a Jean-Paul Sartre y Joseph Kessel. El adolescente aprovecha también para contar sus propias crónicas familiares a través de las peleas del clan materno burgués y de la tribu paterna más humilde y de origen italiano. Si las conversaciones se acercan a veces peligrosamente a los diálogos de una teleserie (no olvidar que Guenassia es también guionista), no dejan de reconstituir la época extraordinaria de los treinta años más gloriosos de Europa, con su ilusión y sus posibilidades. Y nosotros lectores de hoy nos sentimos a veces invadidos por una nostalgia indefinible. Y es que el optimismo que brota de la década de los 60 tiene efectivamente poco que ver con el “Think positive” de los años 2000. En el mundo creado por Guenassia, los personajes aglutinados, amigables -a veces ebrios- hablan, gritan, expresan su opinión con mucha efervescencia, arreglando el mundo con poca consideración por el bien y el mal, analizando los acontecimientos públicos, sucesos y eventos privados con pasión e integridad, en la asamblea muy orgánica e improvisada del Balto… Y eso los vuelve indudablemente muy simpáticos.

Así, entre los tormentos de sus amigos del club, muchos de ellos disidentes de la Unión Soviética, las luchas políticas de Frank, su hermano, y el cuestionamiento existencial del amigo común de ambos, Pierre, el joven Michel Marini mantiene un puesto de observador.

A diferencia de los demás, su abanico está completamente abierto, es decir, que todo le parece posible (actitud plenamente optimista): ser escritor, poeta o fotógrafo, as del futbolín o nuevo rey del ajedrez, moverse en esferas sociales, culturales, políticas y generacionales muy variadas. En cambio, a la luz de las revelaciones de Michel, descubrimos gradualmente que la mayoría de los incorregibles “optimistas” (si queremos seguir llamándoles así), a priori tan alegres y filósofos, han abandonado su país a la fuerza, han dejado atrás mujer, hijos, amigos, casas y reputación, sufren de un desprestigio social profundo, y sueñan desesperadamente con renacer de sus propias cenizas. Pero los idealistas del Balto sufrirán muchas decepciones. Para ellos, el campo de lo posible está cerrado.

Pavel, antiguo diplomático checo, no podrá publicar su ensayo de unas 1.200 páginas sobre la Paz de Brest-Litovsk (a no ser que acepte recortar la mitad). Igor, el cirujano ruso, no podrá trabajar de médico (a no ser que trabaje como médico militar en Angola).  Leonid, antiguo piloto de Aeroflot, no podrá volar más (salvo en Yakarta). Un renacimiento es posible pero fuera de Francia... Y los tres hombres rechazarán esas oportunidades. Entre otros perfiles inmersos en un proceso de reconstrucción e intentando arraigarse con una suerte muy discutible, tenemos igualmente a Werner, el proyeccionista alemán que luchó contra los nazis y se niega a hablar su idioma materno, Gregorios, el profesor griego que enseña latín, Imre, el manager y pareja del actor húngaro Tibor, pasado al Oeste.
Mientras Michel nos relata las trayectorias de los exiliados, surge un curioso leitmotiv: la traición. Este tema esclarecerá a modo de conclusión el único misterio de la novela: ¿por qué el exiliado ruso, Sacha, sufre del ostracismo del club? ¿No cuenta con todos los requisitos para entrar? Un tema que hemos evocado durante la tertulia. ¿Qué pensar de un destierro impuesto de la mano de unos exiliados? ¿y sobre todo qué pensar de las concepciones religiosas rígidas e inquebrantables que comparten los habituales del Balto, y que se manifiestan inesperadamente al final de la novela?

En definitiva, Guenassia muestra indirectamente que un club supuestamente humanista puede tener unas normas invisibles desconcertantes, que el precio a pagar por aquel que ha huido y abandonado a los suyos es comer un pan muy amargo y quedar al margen de la sociedad. No deja de insistir sobre el hecho que esos ciudadanos sobresalientes en su país de origen están condenados a ser unos ciudadanos de segunda clase en el Oeste. El optimismo de los exiliados se asemejaría entonces más bien a una esperanza social que el propio escritor no suscribe si consideramos la cita, un poco culpabilizadora, de Dante que cierra la novela (es quizás el mensaje más controvertido de la novela a mis ojos):

Todo lo que amas, sin tardanza
has de dejar; y es esta la primera
flecha que el arco del destierro lanza.

Como sabe de sal probar te espera
el pan de otros, y cuan duro es el arte
de subir y bajar por su escalera.

(traducción de Ángel Crespo)

18 de noviembre de 2013

El libro de Blam, Aleksandar Tišma




Decía Guy de Maupassant que "nuestra memoria es un mundo más perfecto que el universo: le devuelve la vida a los que ya no la tienen" y eso es, precisamente, lo que hace Aleksandar Tišma en su novela El Libro de Blam, dar vida mediante el recuerdo, en un incesante viaje del pasado al presente, a todos aquellos que un día fueron asesinados por las atrocidades que provocaron tanto la II Guerra Mundial como del posterior régimen comunista.

Escritor de origen serbo-húngaro, estuvo preso en un campo de concentración nazi del que escapó para unirse al ejército partisano en 1944. Más tarde, en 1993, fue uno de los muchos exiliados en Francia por oponerse al régimen de Milosevic. Murió en 2003. Pertenece, por tanto, a esa generación de escritores que han vivido en una de las épocas más convulsas de la historia, repleta de acontecimientos impactantes en la vida de los que fueron testigos de dichos momentos y han sabido reflejarlos en sus novelas de una forma tan fructífera y brillante.

Su obra ha recibido numerosos reconocimientos literarios, especialmente por el ciclo Ramas entrelazadas, del que El libro de Blam es la primera de las 5 novelas que lo componen, pero Tišma pertenece a esos escritores del Este que en España hemos tenido la desgracia de desconocer durante décadas debido a nuestra aislamiento, cerrados a cualquier aire que intentara traspasar nuestras fronteras y es recientemente, gracias a editoriales como Acantilado, que nos han sido rescatados para saborear una literatura muy vivencial, resultado de las experiencias sufridas, escritura dura pero necesaria como vehículo de transmisión, porque, si la memoria es capaz de recrear vidas pasadas, también tiene entre sus muchas tareas, la de ejercitar el olvido, un olvido terapéutico, de limpieza, de alivio de las cargas pesadas, la mayoría de las veces necesario e imprescindible para avanzar. Sin embrago, hay acontecimientos que deben incorporarse a la memoria colectiva como ejemplo de lo que el ser humano es capaz de llegar a hacer, para que el olvido no se instale en la memoria de generaciones futuras y, en ese empeño, Tišma se nos rebela un autor soberbio, dando un tratamiento magistral a la brutalidad, a la barbarie (muy al estilo de Kertész), alejándose de las versiones más manidas de la guerra y el holocausto, simplemente llevándonos a las zonas más oscuras de la sociedad humana, en la que en tantas ocasiones a lo largo de la historia, se aniquila a sus miembros, ejercitando una violencia brutal.

Miroslav Blam, el personaje central y narrador de esta novela, es un ser apocado, gris, que vive atormentado por el sentimiento de culpa, esa que planea constantemente sobre todos los supervivientes de grandes catástrofes, la culpa de haber sobrevivido a uno de los episodios más mortíferos de la historia, la II Guerra Mundial. Es un personaje descentrado, que ha perdido el control de su vida, y que está vivo gracias a haber renunciado a sus orígenes judíos, un hombre que no encaja en la nueva sociedad y así, el único destino posible ante estas circunstancias, es la marginación social. Para redimirse de este sentimiento, no encuentra otra forma mejor que ir recordando a un innumerable elenco de muertos, entre los que se encuentran su propia familia, amigos de infancia y muchos vecinos.

Y como un personaje que acompaña permanentemente a Blam a lo largo de la novela se alza Novi Sad, su ciudad natal y escenario de casi todas sus novelas, espacio donde se interrelacionan el resto de personajes, que sufre las mismas heridas que él, una ciudad  que, también como él, es un personaje silencioso que se abre a Blam para que éste nos la describa minuciosamente recorriendo lugares donde habitaron esas familias que, como la suya, eran normales y que por la irracionalidad de la guerra desaparecieron, esa ciudad que fue lugar de encuentro de muchas creencias y etnias y es a través de esos paseos, recorriendo sus calles, donde Blam les vuelve a dar vida a todos los desaparecidos.

Del mismo modo, el resto de los personajes de la novela se van construyendo en torno a Blam, en tanto que eran familiares, amigos, conocidos, vecinos, etc. Es de esta manera como el autor va entrelazando diversas historias representativas de todos los sectores de la población de Novi Sad a la par que va dándonos, con gran rigor histórico, un permanente parte de la irracionalidad de la guerra y desmanes del poder, reflexionando sobre sus consecuencias y siempre, de fondo, un presente condicionado por un pasado.

Tišma es un escritor con una prosa ágil, minuciosa, sobria, a veces de un gran lirismo, un escritor empeñado en tratar temas de mucha envergadura como es la banalidad del mal, mal que tantas veces se hace fuerte, deshumanizando la sociedad; el fascismo, el poder, la impotencia del ser humano ante la barbarie. Denuncia el silencio que provoca el miedo del poder instaurado, sea del signo que sea, usado como aliado para sus desmanes si bien el autor también es capaz de empatizar con esa posición de mutismo ante una realidad injusta y que tiene mucho que ver con el pasado traumático.

Reclama el derecho y la necesidad de no olvidar, el reconocimiento de la extensa comunidad judía existente en la antigua Yugoslavia que también se aniquiló y como muestra de ello, Tišma cierra su libro con esa reforma acometida en la ciudad para borrar toda huella, y así la sinagoga, uno de los símbolos más patentes del judaísmo, se convierte en un auditorio.

Un libro que no podemos leer sin sentir que en ese transcurso hemos librado un combate donde nos cuestionamos sobre la moralidad de la supervivencia, de los recursos que usamos y de los que nos valemos para salvarnos ante esas situaciones, del sentimiento de humillación, incluso ante uno mismo, del papel de la memoria para incorporar hechos y situaciones e igualmente de su potencial para olvidarlos, de la alienación de los sentimientos, de cómo somos capaces de recomponer nuestra conciencia para seguir viviendo porque la vida, sentimientos y actitudes de Blam es la vida de cualquier hombre que, cercado por tanta maldad, acaba justificando como sea su propia existencia.


28 de octubre de 2013

Sonríe o muere. La trampa del pensamiento positivo, de Barbara Ehrenreich

Una particularidad del ser humano, muy útil en la práctica y que supone una gran economía de recursos, es su tendencia a simplificar, a regirse por esquemas prefabricados. Es la manera de aprovechar las experiencias propias y ajenas, de no necesitar una valoración continua ni tener que someterse a decisiones constantes. Pero también es una actitud excesivamente cómoda. A causa de nuestro natural perezoso, tendemos a simplificar demasiado, a guiarnos por esquemas previos procedentes de los lugares comunes que gobiernan en cada momento una sociedad determinada. Por eso no es nada raro que pasemos del pesimismo más absoluto a la mayor de las euforias. Lo que comúnmente se conoce como pensamiento positivo apareció en Estados Unidos con el movimiento New Age y ha prosperado a lo largo del tiempo extendiéndose a toda su área de influencia. En España, tras una época no excesivamente esperanzada, caló bastante en determinados sectores, y ahora, en medio de la frustración generalizada, aún subsiste una inercia entre los antiguos incondicionales de esa corriente. Lo malo de esto es el automatismo, la frase, algo cargante “Hay que ser positivo”, que nos obliga a estar contentos de una forma simplona y bastante artificial. Los sentimientos tienen que aflorar, y ante las molestias e infortunios de la vida, el llanto es un hecho natural y hasta saludable, igual que lo es la rabia o cualquier otro sentimiento que salga de lo más hondo. Todo lleva su proceso, y buscar soluciones, luchar contra la adversidad, encontrar la faceta ventajosa del drama no excluye reconocer también la trágica, ni la convicción de que haber pasado por aquello no nos hacía ninguna falta.

Barbara Ehrenreich expresa esto de forma admirable y, aunque se centra en la realidad estadounidense, coincido con ella en todo. Estamos ante un ensayo inteligente, persuasivo, muy bien documentado, en el que la autora, sin defender el derrotismo, al contrario, demostrando el espíritu de lucha que siempre le ha acompañado, desmonta todos y cada uno de los tópicos al uso que nos obligan a sentirnos culpables sin motivo y, lo que es peor, a aceptar injusticias, incompetencias y cualquier otra eventualidad procedente de quienes toman decisiones, sin protestar, porque sabemos que está muy mal visto no recibir con una sonrisa todo cuanto nos ocurra. De ese modo, los líderes de cualquier ámbito se aseguran una sociedad de borregos y los coaches se forran como conferenciantes y autores de best sellers, la mayoría de las veces con la ayuda cómplice de aquellos a quienes justifican.

El (mal) llamado pensamiento positivo hunde sus raíces en la austeridad religiosa del calvinismo decimonónico –oponiéndosele, pero conservando al mismo tiempo su esencia– y se extiende por los campos más diversos: la religión, la empresa, psicología y psiquiatría, asociaciones de todo tipo (de pacientes, desempleados, adictos a lo que sea) o bien justifica y marca las pautas del liberalismo económico.

Quizá sea ese el efecto más peligroso de esta línea de pensamiento, pues da lugar a una aceptación acrítica de cualquier consigna del poder, produciendo un conservadurismo generalizado que no es otra cosa que resignación pasiva, sin ninguna base ideológica. El más demencial consistiría en esa faceta mágica que ha logrado convencer hasta a las mentes más conspicuas de que las visualizaciones concretas y, en general, una confianza ciega en un futuro mejor, atrae hacia nosotros cualquier bien material que deseemos y consigue hacer reales los –más o menos fantásticos pero siempre agradables–  panoramas que a veces fabrica nuestra mente. Tan absurdo como eso, pero la gente, en todas las situaciones pero sobre todo cuando está desesperada, puede llegar a creerse cualquier afirmación que le convenga, siempre que se presente ante sus ojos con el envoltorio más adecuado y seductor.

Personalmente, considero un error estratégico –seguramente solo para la mentalidad europea, no para la americana, que es a quien va dirigido– que Ehrenreich comience su trabajo relatando su propia experiencia. Más allá del Atlántico puede constituir un cebo para el lector; por estos lares, creo sinceramente que le quita categoría a la obra desde mucho antes de haber entrado en materia. Habrá quien lo abandone antes de tiempo por parecerle un mero testimonio sin ninguna consistencia teórica, además del negativo de un manual de autoayuda. Nadie puede intuir que, tras ese alegato –todo lo cargado de razón que se quiera– contra el folclore que rodea al cáncer de mama, vaya a encontrar un estudio tan completo de los orígenes, trayectoria histórica, alcance desmesurado, causas, consecuencias, falacias demagógicas y demás, con un rigor argumentativo irreprochable. 

13 de octubre de 2013

La conquista de la felicidad, Bertrand Russell

Bertrand Russell nació en Inglaterra en 1872. Vivió hasta los 98 años y en ese tiempo pasó por dos guerras mundiales, escribió tratados de matemáticas, libros filosóficos, proclamas políticas, novelas que le hicieron merecedor del Premio Nobel y hasta tuvo tiempo de casarse cuatro veces y cuidar de tres hijos. No deja de sorprender que un hombre de ese calado dedicase su tiempo a escribir un libro como La conquista de la felicidad, que recuerda en cierto modo a los modernos manuales de autoayuda y tiene la ligereza de uno de esos programas radiofónicos nocturnos. Y, sin embargo, aunque pueda despertar ciertas sonrisas –incluso en el prólogo, se aprecia que Fernando Savater no sabe muy bien qué decir sobre este libro-, no deja de ser cierto que está lleno de sensatez y buenos consejos. Lo mejor es que nos hace llegar un mensaje importante y es que, al final, los objetivos de la política, de la filosofía y de la ciencia no son otros sino incrementar la felicidad de los seres humanos y, si esa felicidad no es posible, todo lo demás carece de sentido. 

Russell es uno de esos pocos autores capaces de elevarse a lo más abstracto, precursor de la lógica en sus Principia mathematica, hombre político y autor filosófico, y actuar a la vez con los pies de la tierra, defendiendo las ventajas de las relaciones prematrimoniales, reconociendo que el puro altruismo es raro y afirmando que no hay nada malo en la vanidad o en la ambición, siempre y cuando se den en su justa medida y sin perder de vista la realidad.

La conquista de la felicidad está dividido en dos partes: las causas de la infelicidad y las causas de la felicidad. Entre las primeras, Russell señala el vacío existencial, la competencia, el aburrimiento, la fatiga, la envidia, el sentimiento de pecado, la manía persecutoria y el miedo a la opinión pública.

Llama la atención comprobar cuánto ha cambiado el mundo desde esa época en que las mujeres solo podían ser amas de casa o damas burguesas, en el que el entretenimiento pasivo y poco alentador que había que dosificar a los niños era la asistencia al teatro, o en el que la religión y la represión de los sentimientos y las pasiones convertían a hombres y mujeres en seres anodinos por fuera y a menudo heridos por dentro. Por fortuna, hoy gozamos de mayor libertad, no tenemos tanta necesidad de esconder nuestras pasiones y disfrutamos de facilidades inimaginables entonces para rodearnos de personas afines, aun viviendo en el lugar más remoto. Si todo eso ha sucedido es probable que sea porque él, entre otras muchas personas, puso su granito de arena.

Pero también llama la atención la pervivencia de algunas de esas lacras o incluso su exacerbamiento. La competencia en el trabajo no ha hecho sino crecer, siendo fuente de infelicidad, agotamiento y frustración en grandes dosis. La envidia y la falsa modestia campan por doquier. La atribución a los demás de nuestros males, que tan bien describe Russell, es algo que experimentamos a menudo, y no puedo por menos que recordar sus lúcidos consejos, que me han hecho reír y a la vez reconocerme y que me gustaría reproducir aquí: 1) recuerda que tus motivos no son tan altruistas como a ti te parecen; 2) no sobrestimes tus propios méritos; 3) no esperes que los demás se interesen por ti tanto como tú; 4) no pienses que la gente piensa tanto en ti como para tener interés en perseguirte. Me ha gustado especialmente su llamamiento a mantener la propia personalidad y las propias ideas, aunque no gusten al resto. Cito su regla básica, que me parece memorable y, como siempre, alejada del idealismo y llena de sentido común: “uno debe respetar la opinión pública lo justo para no morirse de hambre y no ir a la cárcel, pero todo lo que pase de ese punto es someterse voluntariamente a una tiranía innecesaria”.

Russell busca la felicidad en todos los ámbitos: el trabajo, la familia, el ocio, pero también menciona el entusiasmo o la delicadeza, como fuentes de placer. Sus consejos para alcanzar la felicidad son igualmente simples: el altruismo debe reportar algún beneficio, aunque solo sea el respeto y el reconocimiento de nuestros semejantes; el amor a los hijos no debe significar un sacrificio por el que tarde o temprano se pedirá una recompensa; el tiempo libre es fundamental y hay que dedicarlo a conocer mejor el mundo; hay que pensar un poco menos en uno mismo y volcarse en asuntos no personales; y, por encima de todo, es preciso tomar conciencia de que, por una parte, uno no es tan importante pero, por otra, lo es por formar parte de un ejército que avanza y extiende la civilización.


Sobre todo, merece la pena recordar que la felicidad, esa felicidad tranquila y serena que Russell propone, no es algo que haya que nos vaya a venir regalado, sino algo que hay que conseguir con una sabia dosis de esfuerzo y resignación. La felicidad, como bien dice, se conquista.

18 de septiembre de 2013

Bertrand Russell, una vida lúcida

Los grandes artistas y los grandes hombres de ciencia hacen un trabajo que es un placer en si mismo; mientras lo hacen, se ganan el respeto de las personas cuyo respeto vale la pena, lo cual les proporciona el tipo más importante de poder, el poder sobre los pensamientos y sentimientos de otros” Bertrand Russell


Dentro de unos días nos volveremos a ver para hablar del optimismo. Esta vez hemos elegido la novela de Jean Michel Guenassia,  El club de los optimistas incorregibles, una excelente elección que ya habrá tiempo de desgranar y reseñar. Le acompañan dos ensayos: La conquista de la felicidad de Bertrand Russell y  Sonríe o muere. La trampa del pensamiento positivo de Barbara Ehreinrech.
El primer autor  elegido fue Russell, pero al leer su  trabajo, lo encontramos algo desfasado, sobre todo porque plantea soluciones a situaciones sociales que hoy ya no están presentes. Pero también lo es porque  muchas  de sus ideas  han calado tanto en nuestro pensamiento que hoy parecen obviedades.  Hace unos días escuché a  Jesús Mosterín decir en la Cadena Ser que el mundo habría sido mucho mejor si se le hubiera prestado más atención a Bertrand Russell. Como adelanto a nuestro próximo debate, comparto con vosotros este interesante análisis que hizo sobre su vida.

13 de septiembre de 2013

Tema: El optimismo

Cuando aún tenemos reciente el batacazo de los Juegos Olímpicos de Madrid 2020, parece un buen momento para reunirnos a hablar precisamente del optimismo, de sus luces y sus sombras, de la ayuda que presta y la realidad que enmascara. 

Según decían algunos, Madrid se merecía esos juegos porque el país necesitaba una inyección de optimismo, pero eran muchas las voces que reclamaban que lo que el país necesitaba es más bien una buena dosis de realismo.

Llevamos décadas oyendo hablar del pensamiento positivo como la cura de todos los males. ¿Te va mal con tu pareja? Piensa en positivo. ¿Problemas de trabajo? Piensa en positivo. ¿Te estás muriendo? Piensa en positivo también. Pero ¿es el optimismo la panacea? ¿o es una forma de manipulación?

Cabe decir que incluso las personas más cautas y críticas, practican el positivismo, aunque solo sea como una forma de ocultar a los demás su tristeza, su pesimismo, su miedo o, en definitiva, su debilidad. ¿Hasta qué punto la imagen que tenemos de nuestra situación influye en cómo nos ven los demás? ¿No es el positivismo también una estrategia de ocultación que nos permite conservar nuestro estatutos y nuestras relaciones?

Los libros que hemos elegido para hablar de todo esto son El club de los optimistas incorregibles, de Jean-Michel Guenassia, La conquista de la felicidad, de Bertrand Russell y Sonríe o muere, de Barbara Ehrenreich.




10 de septiembre de 2013

Un ejemplo más de los beneficios de la música para una sociedad


El diario ABC ha publicado un interesante artículo sobre un proyecto musical que ayuda a rescatar a los niños de ambientes de miseria y violencia. El proyecto, creado en Venezuela con el nombre de “El sistema”, ha sido reproducido en Inglaterra con el nombre de “In Harmony”, con iguales resultados. 

Comparto algunas citas del artículo:

“Un informe en 2012 de la Ofsted, departamento gubernamental responsable de mantener el nivel de educación, y calidad de guarderías y colegios en Inglaterra concluía que: «Ha quedado muy claro que la participación en el programa 'In Harmony' tiene un gran beneficio para el desarrollo personal y social de los alumnos, así como para su nivel de educación general. Como dijo uno de los padres: 'La música ha dado a nuestros hijos el respeto por sí mismos, el respeto por los demás y el respeto por la educación'».

«Cuando los niños ven que a base de trabajo pueden realizar incluso la música más difícil, se ganan la confianza para luchar por todo aquello que puedan desear en la vida».

Si queréis leer el artículo, pulsad aquí.

Me gusta especialmente el lema del proyecto inglés: “changing lives through music”.

22 de agosto de 2013

Siempre hay alguien dispuesto a hacer algo por ti

Tenía previsto publicar
una recopilación de las canciones que cita Nick Hornby en su libro “Alta Fidelidad” para intentar refrescaros el verano, pero este calor me tiene paralizado. Además, he podido comprobar que en la red social You Tube ya existen varios archivos recopilatorios sobre el tema y que incluso se puede acceder a la película basada en el libro y protagonizada por John Cusack. Pero ayer noche, mientras recurría a la musa del insomnio, iluminada por una luna tan disparatada como la temperatura ambiente, escuché el susurro de su voz a través del “cable” conectado al suero del sueño: la radio. ¡Sorpresa! El programa de Radio 3, “Todos somos sospechosos”, emitía de 3 a 4 de la madrugada un programa dedicado al libro “Alta Fidelidad”, música y comentarios sobre el libro y la película. Es verdad aquella frase hecha que dice: "siempre hay alguien dispuesto a hacer algo por ti". Misión cumplida, aquí están los enlaces del programa y de la película. Que los disfrutéis. Con esto queda atendido mi compromiso. He dormido de un tirón y lleno de optimismo. Entretanto sigo leyendo unos libros sobre esto, sobre el optimismo, tema que ocupará nuestra próxima tertulia. Hasta pronto.




23 de julio de 2013

Por qué la música es esencial

En el mes de septiembre de 2012, los más de 6.000 alumnos de las escuelas municipales de música de Madrid fueron informados de que el Ayuntamiento había retirado su subvención, por lo que las tasas se duplicaban. La gestión de esas escuelas era privada ya desde hacía varios años pero, hasta esa fecha, el Ayuntamiento preparaba los programas, prestaba los locales y subvencionaba una parte del coste. Incluso llegó a abrir nuevas escuelas y a enorgullecerse del proyecto. Con la crisis, el Ayuntamiento consideró que la música no era esencial. Argüía además que, puesto que había una larga lista de espera, las posibles bajas se cubrirían. Un año después, el resultado es que se han dado de baja el 40% de los alumnos, que los alumnos que quedan son los de clase más acomodada, que los profesores cobran menos y que la enseñanza, al tener que regirse por criterios comerciales, ha rebajado sus exigencias y su calidad. Un año después, las escuelas se encuentran al borde de su desaparición. 


La lectura del libro de Christoph Drösser me ha servido para comprender algo que intuía pero no sabía explicar, que la música sí es esencial y que, si bien no existe el derecho a la enseñanza musical, esta sí es necesaria para los ciudadanos, tanto como el deporte o los parques o tantas otras cosas que no están recogidas por la ley pero que ningún gobierno local se atrevería a abandonar. La música es esencial porque contribuye al bienestar del individuo y a la armonía social.

Nos explica Drösser, en un interesante capítulo sobre el papel de la música en la evolución del Homo sapiens, que la música está en la naturaleza, en los pájaros, en las ballenas, incluso en los gibones y si el hombre ha conservado ese rasgo, según las leyes de Darwin, ha de ser porque la música le hace más fuerte y le ayuda a sobrevivir.

13 de julio de 2013

Alta fidelidad, Nick Hornby

Me gustaría saber por qué me gusta tanto Nick Hornby. Muchos lo consideran un autor simplón, incluso comercial, y es cierto que sus libros se devoran con suma facilidad. Pero, ¿qué es lo que hace sus novelas tan digeribles? Creo que hay motivos para reconocerle a Hornby al menos tres grandes méritos: el primero, su habilidad para encontrar material narrativo en las vidas de hombres y mujeres corrientes; el segundo, su habilidad para trabajar la oralidad, para hacer que sus narradores se conviertan en amigos que, acodados en la barra del bar y al calor de unas cervezas, nos van contando con desparpajo, ironía y clarividencia sus problemas; y el tercero, su habilidad para trabajar los diálogos y para recrear con la agudeza de los artistas del sketch las conversaciones entre amigos, gracias a las cuales nos ofrece un retrato fiel de los comportamientos sociales. 

Alta fidelidad es el primer libro de Hornby y es un libro logrado. Ya el título aúna perfectamente los dos temas que vertebran la novela: la música y el amor.

9 de julio de 2013

La seducción de la música, Christoph Drösser

Christoph Drösser es un conocido divulgador científico alemán. Antes de La seducción de la música, Drösser se había curtido ya con La seducción de las matemáticas y La seducción de la física. Este último ensayo sobre la música, publicado en alemán en 2010 y traducido al español en 2012, le sirve además al autor para explorar una de sus grandes aficiones, como miembro de un coro de canto a capella. 


Drösser comienza su trabajo con dos preguntas: ¿le gusta a usted la música? y ¿es usted musical? Como ya adivinarán, la respuesta que todo el mundo da a la primera es sí, mientras que a la segunda son muy pocos quienes se atreven a  afirmar que son musicales. Partiendo de esta primera contradicción, Drösser comienza a adentrarse en el origen de la música. Si uno mira a su alrededor, encuentra numerosos animales que cantan, entre ellos animales tan dispares como los pájaros y las ballenas. Entre los homínidos, también los gibones cantan y, sin embargo, nuestros más próximos parientes, los chimpancés, no lo hacen. Parece que la capacidad de cantar se remonta por lo tanto muy lejos, mucho antes de que el Homo sapiens se separara de otras ramas. ¿Y por qué la capacidad de hacer música es un rasgo que el hombre ha mantenido? Según Darwin, un rasgo solo se impone si beneficia a la supervivencia, pero ¿qué ventajas tiene la música? Según nos explica Drösser, hay diversas teorías, unos dicen que puede ser una forma de atraer al otro sexo; otros que la música tranquiliza a los niños y hace que duerman; otros, por último, piensan que la música refuerza el sentido del grupo y es precisamente ese carácter de colectividad el que más ha ayudado al hombre a abrirse camino entre las fieras. Por su parte, Mithen, paleontólogo autor de Los neandertales cantaban rap: los orígenes de la música y del lenguaje, sostiene que lenguaje y música nacieron a la vez, el uno como refuerzo del otro, y recuerda que los padres cuando hablan a los bebés, sabiendo que su capacidad lingüística está aún en ciernes, utilizan un lenguaje musical, lleno de notas altas y de entonaciones variadas. Es probable, en su opinión, que los hombres primitivos, con su lenguaje rudimentario, hablaran también como si cantaran y, eso es el rap ¿no?