12 de marzo de 2012

La sociedad multiétnica, de Giovanni Sartori

El objetivo principal del ensayo de Sartori es desmontar el mito de la sociedad multiétnica para sustituirlo por el ideal humanista del pluralismo.
Sartori se pregunta cómo de abierta ha de ser una sociedad y rechaza la noción posmoderna de dar cabida a cualquier tipo de ideología o comportamiento. La visión de Sartori de cómo ha de ser la integración del extranjero se basa en el ideal del pluralismo basado en el debate, el disentimiento y el respeto, con miras a alcanzar, entre todos, un consenso. No se trata, según él, de aceptar un «todo vale» basado en el relativismo actual que considera que la verdad absoluta no existe y que cada uno tiene sus razones. Sartori exige ir más allá y, si bien es imposible alcanzar una verdad absoluta, tratar en todos los casos de encontrar la verdad más consensuada. La adscripción del ciudadano a una u otra norma, por otro lado, no debe basarse en su pertenencia a determinado grupo, sino en su elección individual y voluntaria y en la posibilidad por optar por «afiliaciones múltiples».
Las claves de la convivencia con los extranjeros son, para el autor, las mismas que las que rigen para los nacionales: exponer las razones cuando algo se califica de intolerable, impedir que se haga daño y exigir reciprocidad.  Esta última condición es básica para Sartori. Si el país receptor reconoce los derechos del inmigrante, este, con más razón aún, debe reconocer los derechos del país de acogida a mantener sus normas sociales. Sartori, además, se opone al establecimiento de una ciudadanía diferenciada y critica duramente las políticas de discriminación positiva que otorgan a determinados grupos de ciudadanos privilegios que no tienen los demás, ya que ello puede tener consecuencias perversas para la sociedad en su conjunto.
La propuesta de Sartori es sin duda valiente, porque se enfrenta a la corrección política y a las modas imperantes. Pero, para protegerse frente al riesgo que corre de que se le tache de racista, el autor, en la primera parte, justifica detalladamente sus ideas.  
No ocurre así en la segunda parte, sin embargo, en la que que ofrece argumentos más subjetivos y establece distinciones cuestionables entre las diferencias culturales existentes. Así, por ejemplo, considera «extrañezas insalvables» las de la religión y la raza. Lo de la raza no tiene ningún sentido, en primer lugar porque biológicamente no existen razas, en segundo lugar, porque cada vez son más las combinaciones y, por último, porque precisamente la raza no tiene repercusión alguna en el modelo de sociedad. Respecto a la religión, olvida, por ejemplo, que en Europa y en los Estados Unidos las religiones llevan siglos conviviendo y que incluso en la más moderna sociedad occidental, cristianos y ateos pactan todos los días sus normas de convivencia. Cuestionable es también que la lengua y las costumbres sean menos importantes cuando son a menudo los problemas de comunicación y los hábitos de la vida hogareña y familiar los que más problemas de convivencia causan.

Por último, cabe decir que hay un eco amenazante en el libro de Sartori, un matiz de choque de civilizaciones que parece exagerado e incluso peligroso. Una de cal, y una de arena, por lo tanto, en un ensayo arriesgado que incita, sin lugar a dudas, a la reflexión.
Maite Fernández

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