El objetivo principal del ensayo de Sartori es desmontar el mito de la
sociedad multiétnica para sustituirlo por el ideal humanista del pluralismo.
Sartori se pregunta cómo de abierta ha de ser una sociedad y rechaza la
noción posmoderna de dar cabida a cualquier tipo de ideología o comportamiento.
La visión de Sartori de cómo ha de ser la integración del extranjero se basa en
el ideal del pluralismo basado en el debate, el disentimiento y el respeto, con
miras a alcanzar, entre todos, un consenso. No se trata, según él, de aceptar
un «todo vale»
basado en el relativismo actual que considera que la verdad absoluta no existe
y que cada uno tiene sus razones. Sartori exige ir más allá y, si bien es
imposible alcanzar una verdad absoluta, tratar en todos los casos de encontrar
la verdad más consensuada. La adscripción del ciudadano a una u otra norma, por
otro lado, no debe basarse en su pertenencia a determinado grupo, sino en su
elección individual y voluntaria y en la posibilidad por optar por «afiliaciones múltiples».
Las claves de la convivencia con los extranjeros son, para el autor, las
mismas que las que rigen para los nacionales: exponer las razones cuando algo
se califica de intolerable, impedir que se haga daño y exigir reciprocidad. Esta última condición es básica para Sartori.
Si el país receptor reconoce los derechos del inmigrante, este, con más razón
aún, debe reconocer los derechos del país de acogida a mantener sus normas
sociales. Sartori, además, se opone al establecimiento de una ciudadanía
diferenciada y critica duramente las políticas de discriminación positiva que
otorgan a determinados grupos de ciudadanos privilegios que no tienen los demás,
ya que ello puede tener consecuencias perversas para la sociedad en su conjunto.
La propuesta de Sartori es sin duda valiente, porque se enfrenta a la
corrección política y a las modas imperantes. Pero, para protegerse frente al
riesgo que corre de que se le tache de racista, el autor, en la primera parte, justifica
detalladamente sus ideas.
No ocurre así en la segunda parte, sin embargo, en la que que ofrece
argumentos más subjetivos y establece distinciones cuestionables entre las
diferencias culturales existentes. Así, por ejemplo, considera «extrañezas insalvables» las de la religión y la raza. Lo de la raza no
tiene ningún sentido, en primer lugar porque biológicamente no existen razas,
en segundo lugar, porque cada vez son más las combinaciones y, por último,
porque precisamente la raza no tiene repercusión alguna en el modelo de
sociedad. Respecto a la religión, olvida, por ejemplo, que en Europa y en los
Estados Unidos las religiones llevan siglos conviviendo y que incluso en la más
moderna sociedad occidental, cristianos y ateos pactan todos los días sus
normas de convivencia. Cuestionable es también que la lengua y las costumbres
sean menos importantes cuando son a menudo los problemas de comunicación y los
hábitos de la vida hogareña y familiar los que más problemas de convivencia
causan.
Por último, cabe decir que hay un eco amenazante en el libro de Sartori, un
matiz de choque de civilizaciones que parece exagerado e incluso peligroso. Una
de cal, y una de arena, por lo tanto, en un ensayo arriesgado que incita, sin
lugar a dudas, a la reflexión.
Maite Fernández
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