11 de agosto de 2015

Suburbana, de Claudio Mazza

 LSuburbana en verano cuando era un borrador. La leí de un tirón y llamé corriendo a Claudio para hablar con él de la novela antes de que se me pasara la euforia porque Suburbana me había hecho reír, y pensar, y llorar, porque, en pocas palabras, la novela me había conmovido.
La historia empieza cuando Renzo, que vive en Madrid, recibe la noticia de la enfermedad de su padre y viaja a Buenos Aires para acompañarle en lo que posiblemente sean sus últimos días. En el hospital, conoce a una hermana que no sabía que tenía y a partir de ahí se inicia el redescubrimiento de un padre con el que intuimos que Renzo había tenido más de un desencuentro.
Siempre se dice que la adolescencia es la etapa más difícil porque los adolescentes necesitan distanciarse de sus padres, enfrentarse a ellos incluso, para llegar a ser ellos mismos. Sin embargo, en cierto modo, creo que la verdadera independencia llega cuando el padre o la madre fallecen, cuando dejamos de tener esa mirada aprobadora o reprobadora sobre nosotros y no nos queda más remedio que mirarnos exclusivamente a través de nuestros propios ojos. Al mismo tiempo, liberados también de esa presión, podemos verlos a ellos con una mirada nueva. 

El viaje interior de Renzo y el regreso a los orígenes se desarrollan, con gran acierto, a través de dos historias paralelas: la de Renzo y su acomodada y gran familia, y la de su hermana, Alma, y su trágico y desestructurado entorno. Y es esa doble mirada, la del hombre al que parece pesarle la pasividad de su familia frente a la dictadura, y la de la mujer que añora esa familia de Renzo, que se antepone a sí misma a todo lo demás, y que está dispuesta a lo que sea por sacar al clan adelante, la que enciende también en el lector la chispa de esa mirada nueva. Esa doble historia se refuerza además por una ambientación sabiamente elegida y contrapuesta: los asados familiares para recordar y narrar la historia de Renzo, y el remoto y aislado entorno del Tigre para la historia de Alma.
Un cúmulo de aciertos, en el que la ambientación, el ritmo, los personajes y las tramas sostienen con firmeza los temas de la novela y dejan en el lector un gusto dulce, sanador y apacible que es raro encontrar en la literatura. 

Maite Fernández Estañán

Creo que todos hemos leído Suburbana no sólo ya antes de que la escribiese Claudio, incluso antes de que la imaginase. El mérito de Claudio radica en ponerle las palabras justas, el ritmo adecuado y las situaciones parabólicas imaginativas (y otras no tanto) para situarnos en la caverna que cada uno de nosotros llevamos dentro y colocarnos la mochila que transportamos a la vista de todos. Suburbana forma parte de nuestro ADN, de esa dualidad que nos define: la vida que vivimos de forma real y esa otra exógena, que vivimos a través de los otros o de los acontecimientos que van sucediendo a nuestro alrededor y que nos producen nostalgia, envidia, amor, reproches… y toda la retahíla de sentimientos que creemos propios y que en realidad surgen por yuxtaposición o contraposición al entorno. Y me gusta esa palabra que acabo de citar porque, aunque Suburbana muestra esa dualidad, realmente lo que hace es yuxtaponer, en una estructura perfectamente forjada, fórmulas antagónicas para sumar y decirnos de qué estamos hechos los humanos. Claudio es arquitecto y conoce bien los materiales de construcción, su resistencia, su elasticidad, su poder de atracción… y ahora también su piel y su alma.
Como tenéis que leer Suburbana, de Claudio Mazza, no voy a descubrir la trama, sólo apuntar que me encantan el paraje de El Tigre y el cuaderno de Alma, porque para mí ahí está el verdadero libro; el libro dentro del libro. El resto es vida, que no es poco.

Santiago Báez

Suburbana es una novela profunda en la que se palpa el compromiso del autor con el contexto en los que sitúa a sus personajes y con lo que quiere contar.  Claudio parece haberse dejado el alma en cada párrafo para que entendamos qué ha significado para las personas corrientes, los héroes anónimos como él dice, la historia reciente de su país. Para conseguirlo utiliza un elenco muy amplio de personajes a los que somete a situaciones cotidianas,  como un concurso de talentos infantil con la censura de fondo o una tarde de cine con vuelta a casa en autobús interrumpida por una redada. Pero también los pone a prueba ante circunstancias límite o clandestinas.  Todos ellos sortean la vida de manera muy diferente (desde la militancia activa hasta la aceptación del poder), pero cada uno tiene que convivir con sus propias miserias. Ahora que rememoro la novela, me doy cuenta que me han emocionado más los personajes más débiles, los que sobreviven  sin querer enterarse de lo que pasa. ¿Será que es ahí donde Claudio quería que llegara? No creo. Suburbana no es una novela adoctrinadora. Todos sus personajes están llenos de matices y cada lector se va a quedar con algo diferente.  Claudio narra los hechos con contundencia, sin adornos. Empleando el lenguaje culinario tan presente en su novela,  su prosa es rica y cruda, sin aderezos. Por eso la naturaleza humana flota por encima de cualquier episodio y la novela trasciende su contexto, nos habla de nosotros mismos y nos conmueve. Y si alguien cree que exagero que haga la prueba: a ver si consigue leer el capítulo 1979 sin sentir una enorme compasión ante la cobardía.

Charo Santolaya


Lo primero que pienso al rememorar la lectura de Suburbana es “cercanía”. Hay tantos detalles que me hicieron identificarme con ella que me parece mentira que la haya escrito alguien a priori diferente a mí, y que se desarrolle en un lugar tan distante de mi propio “mundo”. Pero en eso consiste su grandeza: en hacerme paladear un submarino aunque nunca lo haya probado y no case con el pegajoso calor del diciembre bonaerense; en permitir que asista a los asados familiares del 9 de Julio y ayude a la madre a preparar las empanadas como si supiera la receta de memoria; en impulsarme a correr con Alma y su madre huyendo de sus perseguidores por las calles de Tigre; en hacerme reír y llorar al mismo tiempo ante los ceremoniales de un entierro. Creo que aún estoy allí, en Morena y en el hospital y en “El Otro Mundo” y en el jardín del Viejo y en las calles del Madrid que recibe al exiliado. Y nunca estuve. O puede que sí. 

MCarmen G. Galott


Cuando empiezas una novela es difícil adivinar si responderá a tus expectativas y hay que leer algunas hojas hasta ver el rumbo que coge. No es eso lo que ocurre cuando abres Suburbana, no. Esta novela arranca a lo grande, con ecos de esas consagradas novelas familiares que ha dado la buena literatura.
Así es como me atrapó Suburbana, desde la primerita hoja, como el nogal de la bisabuela Otilia atrapó su ira (y sus uñas) el día que la obligaron a criar un hijo que no era suyo.
Solo con esos primeros párrafos sabía que sería una novela que no me dejaría indiferente y mucho menos podría leerla sin que fuera casi del tirón.
Me equivoqué. Al leer la segunda hoja, sentí que me estaban hablando de algo conocido, algo que hablaba de mi propia experiencia y lloré... mucho... La voz de Renzo, su reflexión en el avión sobre la llamada que le comunicaba que su padre se debatía entre la vida y la muerte, era la de tantas personas que un día, sin previo aviso, se encuentran en esa situación y sus vidas cambian en ese preciso segundo. Me dio miedo seguir, lo confieso. La tuve aparcada unos días, había que coger resuello y seguir porque la pluma de Claudio me prometía momentos intensos, de gran placer literario (su prosa es un cóctel de poesía, humor, buen manejo del lenguaje...) pero también me dejaba claro que habría muchos más momentos de emoción. Habría que hacerse al menos con un paquete de kleenex y tenerlo a mano para continuar. Y los usé.
A partir de ahí, me dejé llevar por las calles de Buenos Aires, (porque la ciudad forma parte de ese elenco de personajes que pueblan la novela) como me dejé arrastrar por la vida de unos personajes construidos con mucho amor, con pasión. Y fuimos conociendo a cada uno de ellos. A ese padre respetado, adaptable a las circunstancias, con su secreto oculto durante tantos años, una madre dispuesta a todo por mantener su familia unida (buen ejemplo el parentesco más biológico que afirma que "la sangre es más espesa que el agua"). Alma, gran pilar de la novela, hermana aparecida, que tanto deseó haber tenido una familia estable y que, sin embargo, la vida la obsequió con un sinfín de circunstancias personales e históricas que se lo impidieron y es, a través de ella, con la que Claudio nos pincela muchos momentos de la historia más reciente de Argentina. Y tantos otros personajes secundarios, pero no por ello menos interesantes, que dan armazón a esta preciosa novela.
Quiero señalar también lo que he disfrutado con las preciosas y oportunas citas introductorias de cada capítulo, muestra de las muchas lecturas de Claudio a lo largo de su vida.
La experiencia de la lectura es única para cada lector pero creo que es fácil coincidir en que Suburbana nos habla de sentimientos, algunos muy profundos, y con los que nos identificamos en muchos pasajes. Para mí, es una novela de permanente emoción, de las que arañan el corazón (en el sentido más poético del término) y eso lo hace Claudio como un gran maestro de la palabra.

Carmen Chincoa


16 de abril de 2015

Le Guin o la imaginación disciplinada

Mariano Martín Rodríguez

Con ocasión de la presentación en mayo de 2013 de la traducción inglesa por Ursula K. Le Guin del libro del autor rumano Gheorghe Săsărman, hecha a partir de mi versión española (La cuadratura del círculo), tuve el privilegio de conocer y hablar personalmente con quien ha sido desde mi juventud mi autora de cabecera. Aparte de comprobar que su calidad humana no era menor que su calidad como escritora, pude preguntarle por diversos aspectos de su producción. En una excursión a Salem, la capital de Oregón, desde Portland, su ciudad de residencia, le dije que me parecía que había cultivado todos los géneros de la literatura de lo imaginario, pero que echaba de menos una corriente tan vigorosa como la ficción de terror, desde los educados fantasmas de raigambre victoriana hasta los proletarios y descerebrados zombis tan populares hoy en día. Su respuesta fue simplemente que no le había interesado nunca este tipo de ficción, sencillamente. Por supuesto, no hay leyes en gustos ni colores, por lo que no me pareció oportuno volver a tocar el tema, pero esa respuesta me reafirmó en la impresión de que la imaginación de Le Guin es refractaria a las celebraciones del irracionalismo, a la arbitrariedad con la que se introducen en el mundo ficcional hechos inexplicables e inexplicados, o con que algunos escritores valoran, desde el Surrealismo al Postmodernismo, el hecho de dar rienda suelta a sus delirios pretendidamente visionarios o liberadores. Incluso sus obras supuestamente menos especulativas (entendiendo por ficción especulativa lo que Borges llamaba de «imaginación razonada» y que comentaristas antiguos como Favonio ya supieron distinguir de la fantasía «fabulosa» e irracional) como el ciclo de fantasía de Earthsea (Tierramar) o el magistral relato cercano al equívoco realismo mágico «Buffalo Gals, Buffalo Gals, Won’t You Come Out Tonight» (o «Chicas bisonte, ¿no vais a salir esta noche?», como reza mi traducción del texto) se caracterizan por introducir leyes coherentes en un universo ficcional fantástico que se caracteriza en muchos otros escritores de tales géneros por la tendencia irrefrenable a meter cualquier cosa, en un everything goes que parece rechazar visceralmente Le Guin, igual que su admirado Borges. En Tierramar, la magia no es un procedimiento fácil para resolver problemas argumentales o para sacar de apuros al héroe o heroína, sino que obedece en ese universo a unas leyes tan rigurosas como las naturales de nuestro mundo. En «Chicas bisonte…», la convivencia de la niña humana con los animales antropomorfizados en un pueblo se produce en un universo ontológicamente distinto al empírico, un universo que refleja y reelabora, atendiendo a las preocupaciones contemporáneas (ecología, respeto de la diferencia, neonativismo, etc.), la cosmovisión mítica de los indígenas norteamericanos, ajustándose a las leyes implícitas de dicha cosmovisión. Las cosas no ocurren porque sí, ni aparecen niños con rabito de cerdo o personajes en levitación injustificada, porque le da la gana al «realista mágico» de turno. Le Guin no se deja tentar por tales atajos. 
Ante la complejidad de la realidad, incluida la mítica siempre operativa en nuestra mente, Le Guin responde activamente mediante un planteamiento que persigue una comprensión coherente y global. Este entendimiento del mundo a través de su reflejo ficcional fantástico va mucho más allá de una tentativa de dominio meramente positivista y confiado a la razón pura. Le Guin parece tan refractaria a la reducción del universo a esquemas racionales como a las pretensiones epistemológicas de los seudovisionarios y de los cultores del todo vale. Si consideramos la ciencia ficción, esto es, el género más razonado de los centrados en la creación de fantásticos mundos posibles, observaremos que Le Guin no solo lo ha cultivado amplia y gloriosamente, sino también que sus universos futuros o extraterrestres ligan la organización del dispositivo ficcional al efecto sublime de un novum tecnocientífico.