18 de noviembre de 2013

El libro de Blam, Aleksandar Tišma




Decía Guy de Maupassant que "nuestra memoria es un mundo más perfecto que el universo: le devuelve la vida a los que ya no la tienen" y eso es, precisamente, lo que hace Aleksandar Tišma en su novela El Libro de Blam, dar vida mediante el recuerdo, en un incesante viaje del pasado al presente, a todos aquellos que un día fueron asesinados por las atrocidades que provocaron tanto la II Guerra Mundial como del posterior régimen comunista.

Escritor de origen serbo-húngaro, estuvo preso en un campo de concentración nazi del que escapó para unirse al ejército partisano en 1944. Más tarde, en 1993, fue uno de los muchos exiliados en Francia por oponerse al régimen de Milosevic. Murió en 2003. Pertenece, por tanto, a esa generación de escritores que han vivido en una de las épocas más convulsas de la historia, repleta de acontecimientos impactantes en la vida de los que fueron testigos de dichos momentos y han sabido reflejarlos en sus novelas de una forma tan fructífera y brillante.

Su obra ha recibido numerosos reconocimientos literarios, especialmente por el ciclo Ramas entrelazadas, del que El libro de Blam es la primera de las 5 novelas que lo componen, pero Tišma pertenece a esos escritores del Este que en España hemos tenido la desgracia de desconocer durante décadas debido a nuestra aislamiento, cerrados a cualquier aire que intentara traspasar nuestras fronteras y es recientemente, gracias a editoriales como Acantilado, que nos han sido rescatados para saborear una literatura muy vivencial, resultado de las experiencias sufridas, escritura dura pero necesaria como vehículo de transmisión, porque, si la memoria es capaz de recrear vidas pasadas, también tiene entre sus muchas tareas, la de ejercitar el olvido, un olvido terapéutico, de limpieza, de alivio de las cargas pesadas, la mayoría de las veces necesario e imprescindible para avanzar. Sin embrago, hay acontecimientos que deben incorporarse a la memoria colectiva como ejemplo de lo que el ser humano es capaz de llegar a hacer, para que el olvido no se instale en la memoria de generaciones futuras y, en ese empeño, Tišma se nos rebela un autor soberbio, dando un tratamiento magistral a la brutalidad, a la barbarie (muy al estilo de Kertész), alejándose de las versiones más manidas de la guerra y el holocausto, simplemente llevándonos a las zonas más oscuras de la sociedad humana, en la que en tantas ocasiones a lo largo de la historia, se aniquila a sus miembros, ejercitando una violencia brutal.

Miroslav Blam, el personaje central y narrador de esta novela, es un ser apocado, gris, que vive atormentado por el sentimiento de culpa, esa que planea constantemente sobre todos los supervivientes de grandes catástrofes, la culpa de haber sobrevivido a uno de los episodios más mortíferos de la historia, la II Guerra Mundial. Es un personaje descentrado, que ha perdido el control de su vida, y que está vivo gracias a haber renunciado a sus orígenes judíos, un hombre que no encaja en la nueva sociedad y así, el único destino posible ante estas circunstancias, es la marginación social. Para redimirse de este sentimiento, no encuentra otra forma mejor que ir recordando a un innumerable elenco de muertos, entre los que se encuentran su propia familia, amigos de infancia y muchos vecinos.

Y como un personaje que acompaña permanentemente a Blam a lo largo de la novela se alza Novi Sad, su ciudad natal y escenario de casi todas sus novelas, espacio donde se interrelacionan el resto de personajes, que sufre las mismas heridas que él, una ciudad  que, también como él, es un personaje silencioso que se abre a Blam para que éste nos la describa minuciosamente recorriendo lugares donde habitaron esas familias que, como la suya, eran normales y que por la irracionalidad de la guerra desaparecieron, esa ciudad que fue lugar de encuentro de muchas creencias y etnias y es a través de esos paseos, recorriendo sus calles, donde Blam les vuelve a dar vida a todos los desaparecidos.

Del mismo modo, el resto de los personajes de la novela se van construyendo en torno a Blam, en tanto que eran familiares, amigos, conocidos, vecinos, etc. Es de esta manera como el autor va entrelazando diversas historias representativas de todos los sectores de la población de Novi Sad a la par que va dándonos, con gran rigor histórico, un permanente parte de la irracionalidad de la guerra y desmanes del poder, reflexionando sobre sus consecuencias y siempre, de fondo, un presente condicionado por un pasado.

Tišma es un escritor con una prosa ágil, minuciosa, sobria, a veces de un gran lirismo, un escritor empeñado en tratar temas de mucha envergadura como es la banalidad del mal, mal que tantas veces se hace fuerte, deshumanizando la sociedad; el fascismo, el poder, la impotencia del ser humano ante la barbarie. Denuncia el silencio que provoca el miedo del poder instaurado, sea del signo que sea, usado como aliado para sus desmanes si bien el autor también es capaz de empatizar con esa posición de mutismo ante una realidad injusta y que tiene mucho que ver con el pasado traumático.

Reclama el derecho y la necesidad de no olvidar, el reconocimiento de la extensa comunidad judía existente en la antigua Yugoslavia que también se aniquiló y como muestra de ello, Tišma cierra su libro con esa reforma acometida en la ciudad para borrar toda huella, y así la sinagoga, uno de los símbolos más patentes del judaísmo, se convierte en un auditorio.

Un libro que no podemos leer sin sentir que en ese transcurso hemos librado un combate donde nos cuestionamos sobre la moralidad de la supervivencia, de los recursos que usamos y de los que nos valemos para salvarnos ante esas situaciones, del sentimiento de humillación, incluso ante uno mismo, del papel de la memoria para incorporar hechos y situaciones e igualmente de su potencial para olvidarlos, de la alienación de los sentimientos, de cómo somos capaces de recomponer nuestra conciencia para seguir viviendo porque la vida, sentimientos y actitudes de Blam es la vida de cualquier hombre que, cercado por tanta maldad, acaba justificando como sea su propia existencia.