Traducción: Laura Martín de Dios.
Debolsillo. Febrero 2010.
Los cuentos de Yiyun Li son profundamente sensibles, descarnadamente
intensos, sutilmente tiernos y siempre políticos. La tradición también es
política. Las rígidas normas ancestrales son un capítulo más en las infinitas
reglas que padecen los personajes. Políticas son las causas de sus historias y
las consecuencias sobre la gente. Pero la política no se presenta en
forma de discurso o proclama sino como un velo brumoso que tiñe y filtra las
vidas de las personas a las que rige. La política y las tradiciones se confunden.
El sometimiento a un régimen mutante, que cambia sus dogmas y que hoy permite
lo que ayer condenaba, genera desasosiego, angustia, tristeza pero también
despierta los infinitos recursos que el hombre-individuo puede oponer al
hombre-masa. Todos padecen la represión pero todos encuentran sus pequeñas o
grandes formas de intentar escabullirse. Y a veces hasta lo consiguen.
La Abuela Lin (una “abuela” de cincuenta y un años), ahora sin
trabajo, se ve forzada a casarse con un anciano con Alzheimer que ni siquiera sabe
quién es ella, para ejercer de cuidadora, limpiadora, cocinera…
Ser viuda a los dieciocho años puede estigmatizar a una mujer (“aunque
el dictador ha dicho que los hombres y las mujeres son iguales en nuestra
nación, seguimos creyendo que una viuda que desea otro marido es en el fondo
una fulana”) pero su hijo tiene la misma cara que Mao y eso puede
suponer un salvoconducto frente a la intolerancia que la rodea. O una condena.
Han es homosexual y vive en San Francisco. Mientras vuela hacia Pekin
supone que su madre le espera con un álbum de fotografías de
chicas casaderas que ha buscado para él. Pero su madre ha cambiado. Ahora es
tan ferviente católica como antes era comunista. La Biblia y el Libro Rojo de
Mao sin solución de continuidad.
Un anciano que visita a su hija en Estados Unidos da paseos por un
parque y traba amistad con una mujer iraní. El inglés de ambos es casi
inexistente. Ella habla persa. El habla chino. Casi se entienden.
El lenguaje de Yiyun Li es poderoso. Detrás de la fragilidad y la
sutileza de sus historias se descargan sentencias lapidarias que nos obligan, a
veces violentamente, a no olvidar el escenario y las circunstancias en que las
historias se desarrollan. Teje una prosa de detalles, no tanto físicos, sino
atmosféricos, emocionales, en los que los sentimientos de los personajes, casi
siempre ocultos en lo más profundo de ellos mismos, se nos hacen visibles a
nosotros, espectadores privilegiados.
“Ser hija es muy complicado, un
cargo al que no se puede renunciar”.
“No hace falta ser malo para que
te maten”.
“Solo los cerdos y los perros
tiene más de un hijo”.
“A tu padre lo mataron las palabras”.
Los personajes de estos cuentos puede que no sean felices. Puede que
sus vidas no sean las que desearían. Pero ante unas circunstancias casi siempre
desmesuradas consiguen construir un camino, duro muchas veces, incierto y
difícil otras, pero que nos hace saber que siempre hay una forma de seguir y
que ser conscientes de las cartas que te han tocado en la partida hace que, más temprano que
tarde, armes un juego que te permita apostar y tener esperanza,
por una vez, en no perder.
Una lectura deliciosa.
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