14 de diciembre de 2013

Todo lo que era sólido

"La excelencia puede ser emulada igual que la mediocridad, y la buena educación se contagia igual que la grosería. Por eso importa tanto lo que uno hace en el ámbito de su propia vida, en la zona de irradiación directa de su comportamiento, no en el mundo gaseoso y fácilmente embustero de la palabrería.” Antonio Muñoz Molina. Todo lo que era sólido .

Todo lo que era sólido es una descripción social pormenorizada  en la que Muñoz Molina traslada al lector a esa época  tan reciente de nuestra historia  en la que parecía que la riqueza perduraría eternamente y que, de  repente,  se ha desmoronado. El ambiente que recrea recuerda a esas películas catastrofistas tipo Titanic, donde los protagonistas  viven tranquilos , rodeados de lujo, al borde del abismo sin saberlo  El ensayo es una descripción minuciosa del despilfarro público  (edificios, fiestas patronales, actos culturales, aeropuertos...) Hasta aquí, podría parecer que no hay nada nuevo, todo esto es de lo que se habla en cualquier desayuno de trabajo, pero Muñoz Molina hace una crítica tan fundamentada de la sociedad,  tan fuera del discurso común, que es imposible leer el libro sin sentirse algo responsable y  con ganas  de cambiar en una pequeña medida algo de lo que nos rodea.  
El ensayo es una mezcla de datos periodísticos, vivencias  personales y reflexiones. La cantidad  y la dimensión de las circunstancias  que relata  consiguen sorprender al lector a pesar de lo acostumbrados que estamos a leer este tipo de noticias.  Muñoz Molina emplea una prosa de ritmo rápido y saciante, como si estuviera enfadado y pretendiera  agotarnos y demostrar  hasta qué punto hemos vivido hipnotizados en un delirio colectivo.  Pero también intercala anécdotas y vivencias personales  que relajan la lectura y que son fruto de las relaciones que ha mantenido con políticos y representantes públicos. A través de ellas,  reflexiona sobre su idea de la sociedad española,  y lo hace con la perspectiva propia de  alguien que ha vivido fuera de nuestro país y conoce otras realidades.
Hay dos ideas, que en mi opinión, subyacen en toda la obra. Una de ellas es lo lejos que está nuestra sociedad de una auténtica libertad  de expresión. Para expresarse libremente, lo primero hay que tener voluntad de pensar. Todo lo que era sólido describe una sociedad maniquea y tribal en la que hay que acogerse al discurso del grupo y donde cualquier discrepancia con los próximos se considera una traición en lugar de una oportunidad para discurrir y hacer crecer  nuestro pensamiento. Valoramos tan positivamente la vehemencia en el habla que la identificamos con espontaneidad, naturalidad, independencia  de pensamiento y autenticidad de carácter (menganito siempre dice lo que piensa)  cuando, en realidad,  solo un tono sereno y un discurso matizado y fundamentado permite crear un ambiente libre de coacción donde todos, y no solo el sarcástico, puedan expresarse con libertad.  En opinión del autor, todavía no tenemos madurez democrática suficiente como para habernos habituado a la auténtica libretad de expresión que parte del respeto. Tampoco la prensa ha ayudado.  Muchos profesionales  han aplaudido y alentado la intransigencia y sectarismo de los partidos políticos. Y, más allá del conflicto de intereses de la línea editorial, la falta de profesionalidad en el contraste de la información  ha contribuido en los últimos años a crear una imagen de España, dentro de España, que en realidad dista bastante de lo que se veía fuera. Dice Muñoz Molina que sin periodismo serio no hay sociedad democrática. Sin información contrastada y rigurosa cualquier debate es un juego de aspavientos en el aire. Esa idea la ilustra con una anécdota grotesca. En un periódico nacional hace unos años aparecía un titular: la moda española desembarca en Nueva York. Y era cierto que había habido un desfile de cuatro modistas españoles, solo que el desfile lo financiaba el ministerio de cultura y solo habían asistido las autoridades, los interesados, sus familiares y algunos periodistas españoles.
La otra idea que creo que está presente en el libro, incluso a donde creo que toda la obra está dirigida,  es  el compromiso  que tenemos con la historia. Todo lo que no se transmite a conciencia se pierde en el paso de una generación a otra. La visión de Muñoz Molina es la de alguien que creció  soñando con un mundo de libertades. Hoy, somos privilegiados sin saberlo. No tenemos conciencia de lo excepcional que es en el mundo que la mayoría de la población tenga cubiertas sus necesidades básicas.   Tenemos la responsabilidad con la  historia de  transmitir lo que vivimos, de no callar, de recordar a la siguiente generación de dónde venimos.  Me gusta, porque creo que ilustra bastante esta idea, una anécdota que cuenta el autor sobre su detención por manifestarse en contra la condena a muerte en 1974 del  anarquista catalán Salvador Puig Antich. Muñoz Molina describe cómo aquella condena  provocó movilizaciones en todo el país, incluso  hubo intelectuales próximos a la dictadura que se posicionaron contra la pena de muerte, y denuncia cómo en una película de 2006 sobre Puig Antich,  las únicas protestas que aparecen son las que ocurrieron en Cataluña, como si el resto no hubieran existido.
Tengo la impresión de que para Muñoz Molina escribir este libro  ha sido una necesidad, que ha sentido el deber moral de hacerlo,  de contar todo lo que sabe y ha visto, de no callar. Creo que hay que agradecerle que lo haya hecho con tanta valentía. Como él mismo afirma:  recordar y contar lo que uno ha visto,  esforzándose por no mentir y por no halagar y por no dejarse engañar uno mismo por el resentimiento o por la nostalgia es una obligación cívica.









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12 de diciembre de 2013

Tema: La violencia

Próxima parada: la violencia. Los libros elegidos esta vez son Viaje al fin de la noche, de Louis-Ferdinand Céline, Leviatán, de Thomas Hobbes y Las semillas de la violencia, de Luis Rojas Marcos. Sin saber cómo, del optimismo pasamos a la conciencia social y de ahí a la violencia. No hay que buscar explicación, porque en realidad lo que nos decanta por una tema u otro suelen ser muchas veces los libros más que de los temas en sí, pero algo ha hecho que me saltara la alarma al observar esa concatenación porque, precisamente hablando de conciencia social, cada vez escucho a más personas dulces, amables y absolutamente pacíficas decir que ya está bien de tanta manifestación y que quizás sería necesario, como en otros momentos de la historia, pasar a los hechos. Pero ¿es eso cierto? ¿Puede la violencia traer algo bueno? ¿Merece la pena? ¿O tenemos hoy mejores formas de cambiar las cosas? ¿No se trata quizás de tener paciencia, de convencer, aunque eso lleve mucho más tiempo? Creo que en el fondo todos pensamos que sí, y por eso las manifestaciones siguen discurriendo pacíficamente, a pesar de las provocaciones que constantemente se observan.
Pero si la violencia política parece prácticamente desterrada de nuestras sociedades occidentales, no ocurre lo mismo con la violencia individual, con la violencia que no encuentra otra causa que las heridas emocionales. Las cifras de violencia contra las mujeres, por ejemplo, no solo no descienden, sino que parecen ir en aumento, y de vez en cuando nos quedamos atónitos ante descomunales actos de violencia perpetrada contra todo tipo de víctimas inocentes. 
            Hobbes dice que la violencia forma parte de la naturaleza del hombre. Rojas Marcos, en cambio, sostiene que la violencia se aprende. Céline piensa simplemente que el hombre es idiota. ¿Cuánto hay de verdad en cada hipótesis? ¿Hay algo que podamos hacer para acabar con la violencia? ¿Será la sociedad del futuro capaz de hacerlo?


2 de diciembre de 2013

El club de los incorregibles optimistas, Jean-Michel Guenassia

Para entrar en el club de los incorregibles optimistas, protagonista indudable de la novela de Jean-Michel Guenassia (1950, Argel), no basta con ser un habitual del café parisino Le Balto. De preferencia, hay que haber huido de un país, tener afición por el ajedrez, esconder o divulgar una intensa vida pasada, haber llegado a Francia después de un recorrido insólito, y tener la esperanza de renacer en el París de los años 60.

Quien nos presenta esos destinos peculiares es Michel Marini, un joven que ha logrado entrar en el círculo íntimo que se reúne en el mismo bar que acoge de vez en cuando a Jean-Paul Sartre y Joseph Kessel. El adolescente aprovecha también para contar sus propias crónicas familiares a través de las peleas del clan materno burgués y de la tribu paterna más humilde y de origen italiano. Si las conversaciones se acercan a veces peligrosamente a los diálogos de una teleserie (no olvidar que Guenassia es también guionista), no dejan de reconstituir la época extraordinaria de los treinta años más gloriosos de Europa, con su ilusión y sus posibilidades. Y nosotros lectores de hoy nos sentimos a veces invadidos por una nostalgia indefinible. Y es que el optimismo que brota de la década de los 60 tiene efectivamente poco que ver con el “Think positive” de los años 2000. En el mundo creado por Guenassia, los personajes aglutinados, amigables -a veces ebrios- hablan, gritan, expresan su opinión con mucha efervescencia, arreglando el mundo con poca consideración por el bien y el mal, analizando los acontecimientos públicos, sucesos y eventos privados con pasión e integridad, en la asamblea muy orgánica e improvisada del Balto… Y eso los vuelve indudablemente muy simpáticos.

Así, entre los tormentos de sus amigos del club, muchos de ellos disidentes de la Unión Soviética, las luchas políticas de Frank, su hermano, y el cuestionamiento existencial del amigo común de ambos, Pierre, el joven Michel Marini mantiene un puesto de observador.

A diferencia de los demás, su abanico está completamente abierto, es decir, que todo le parece posible (actitud plenamente optimista): ser escritor, poeta o fotógrafo, as del futbolín o nuevo rey del ajedrez, moverse en esferas sociales, culturales, políticas y generacionales muy variadas. En cambio, a la luz de las revelaciones de Michel, descubrimos gradualmente que la mayoría de los incorregibles “optimistas” (si queremos seguir llamándoles así), a priori tan alegres y filósofos, han abandonado su país a la fuerza, han dejado atrás mujer, hijos, amigos, casas y reputación, sufren de un desprestigio social profundo, y sueñan desesperadamente con renacer de sus propias cenizas. Pero los idealistas del Balto sufrirán muchas decepciones. Para ellos, el campo de lo posible está cerrado.

Pavel, antiguo diplomático checo, no podrá publicar su ensayo de unas 1.200 páginas sobre la Paz de Brest-Litovsk (a no ser que acepte recortar la mitad). Igor, el cirujano ruso, no podrá trabajar de médico (a no ser que trabaje como médico militar en Angola).  Leonid, antiguo piloto de Aeroflot, no podrá volar más (salvo en Yakarta). Un renacimiento es posible pero fuera de Francia... Y los tres hombres rechazarán esas oportunidades. Entre otros perfiles inmersos en un proceso de reconstrucción e intentando arraigarse con una suerte muy discutible, tenemos igualmente a Werner, el proyeccionista alemán que luchó contra los nazis y se niega a hablar su idioma materno, Gregorios, el profesor griego que enseña latín, Imre, el manager y pareja del actor húngaro Tibor, pasado al Oeste.
Mientras Michel nos relata las trayectorias de los exiliados, surge un curioso leitmotiv: la traición. Este tema esclarecerá a modo de conclusión el único misterio de la novela: ¿por qué el exiliado ruso, Sacha, sufre del ostracismo del club? ¿No cuenta con todos los requisitos para entrar? Un tema que hemos evocado durante la tertulia. ¿Qué pensar de un destierro impuesto de la mano de unos exiliados? ¿y sobre todo qué pensar de las concepciones religiosas rígidas e inquebrantables que comparten los habituales del Balto, y que se manifiestan inesperadamente al final de la novela?

En definitiva, Guenassia muestra indirectamente que un club supuestamente humanista puede tener unas normas invisibles desconcertantes, que el precio a pagar por aquel que ha huido y abandonado a los suyos es comer un pan muy amargo y quedar al margen de la sociedad. No deja de insistir sobre el hecho que esos ciudadanos sobresalientes en su país de origen están condenados a ser unos ciudadanos de segunda clase en el Oeste. El optimismo de los exiliados se asemejaría entonces más bien a una esperanza social que el propio escritor no suscribe si consideramos la cita, un poco culpabilizadora, de Dante que cierra la novela (es quizás el mensaje más controvertido de la novela a mis ojos):

Todo lo que amas, sin tardanza
has de dejar; y es esta la primera
flecha que el arco del destierro lanza.

Como sabe de sal probar te espera
el pan de otros, y cuan duro es el arte
de subir y bajar por su escalera.

(traducción de Ángel Crespo)