Para entrar
en el club de los incorregibles optimistas, protagonista indudable de la
novela de Jean-Michel Guenassia (1950, Argel), no basta con ser un habitual del
café parisino Le Balto. De preferencia, hay que haber huido de un país, tener
afición por el ajedrez, esconder o divulgar una intensa vida pasada, haber
llegado a Francia después de un recorrido insólito, y tener la esperanza de
renacer en el París de los años 60.
Quien
nos presenta esos destinos peculiares es Michel Marini, un joven que ha logrado
entrar en el círculo íntimo que se reúne en el mismo bar que acoge de vez en
cuando a Jean-Paul Sartre y Joseph Kessel. El adolescente aprovecha también
para contar sus propias crónicas familiares a través de las peleas del clan
materno burgués y de la tribu paterna más humilde y de origen italiano. Si las
conversaciones se acercan a veces peligrosamente a los diálogos de una
teleserie (no olvidar que Guenassia es también guionista), no dejan de
reconstituir la época extraordinaria de los treinta años más gloriosos de
Europa, con su ilusión y sus posibilidades. Y nosotros lectores de hoy nos
sentimos a veces invadidos por una nostalgia indefinible. Y es que el optimismo
que brota de la década de los 60 tiene efectivamente poco que ver con el “Think positive” de los años 2000. En el
mundo creado por Guenassia, los personajes aglutinados, amigables -a veces
ebrios- hablan, gritan, expresan su opinión con mucha efervescencia, arreglando
el mundo con poca consideración por el bien y el mal, analizando los
acontecimientos públicos, sucesos y eventos privados con pasión e integridad,
en la asamblea muy orgánica e improvisada del Balto… Y eso los vuelve
indudablemente muy simpáticos.
Así,
entre los tormentos de sus amigos del club, muchos de ellos disidentes de la
Unión Soviética, las luchas políticas de Frank, su hermano, y el
cuestionamiento existencial del amigo común de ambos, Pierre, el joven Michel
Marini mantiene un puesto de observador.
A
diferencia de los demás, su abanico está completamente abierto, es decir, que
todo le parece posible (actitud plenamente optimista): ser escritor, poeta o
fotógrafo, as del futbolín o nuevo rey del ajedrez, moverse en esferas
sociales, culturales, políticas y generacionales muy variadas. En cambio, a la
luz de las revelaciones de Michel, descubrimos gradualmente que la mayoría de
los incorregibles “optimistas” (si queremos seguir llamándoles así), a priori tan alegres y filósofos, han
abandonado su país a la fuerza, han dejado atrás mujer, hijos, amigos, casas y
reputación, sufren de un desprestigio social profundo, y sueñan
desesperadamente con renacer de sus propias cenizas. Pero los idealistas del
Balto sufrirán muchas decepciones. Para ellos, el campo de lo posible está
cerrado.
Pavel, antiguo diplomático checo, no podrá
publicar su ensayo de unas 1.200 páginas sobre la Paz de Brest-Litovsk (a no
ser que acepte recortar la mitad). Igor,
el cirujano ruso, no podrá trabajar de médico (a no ser que trabaje como médico
militar en Angola). Leonid, antiguo piloto de Aeroflot, no podrá volar más (salvo en Yakarta).
Un renacimiento es posible pero fuera de Francia... Y los tres hombres
rechazarán esas oportunidades. Entre otros perfiles inmersos en un proceso de
reconstrucción e intentando arraigarse con una suerte muy discutible, tenemos
igualmente a Werner, el
proyeccionista alemán que luchó contra los nazis y se niega a hablar su idioma
materno, Gregorios, el profesor
griego que enseña latín, Imre, el
manager y pareja del actor húngaro Tibor,
pasado al Oeste.
Mientras
Michel nos relata las trayectorias de los exiliados, surge un curioso
leitmotiv: la traición. Este tema esclarecerá a modo de conclusión el único
misterio de la novela: ¿por qué el exiliado ruso, Sacha, sufre del ostracismo del club? ¿No cuenta con todos los
requisitos para entrar? Un tema que hemos evocado durante la tertulia. ¿Qué
pensar de un destierro impuesto de la mano de unos exiliados? ¿y sobre todo qué
pensar de las concepciones religiosas rígidas e inquebrantables que comparten
los habituales del Balto, y que se manifiestan inesperadamente al final de la
novela?
En
definitiva, Guenassia muestra indirectamente que un club supuestamente
humanista puede tener unas normas invisibles desconcertantes, que el precio a
pagar por aquel que ha huido y abandonado a los suyos es comer un pan muy
amargo y quedar al margen de la sociedad. No deja de insistir sobre el hecho
que esos ciudadanos sobresalientes en su país de origen están condenados a ser
unos ciudadanos de segunda clase en el Oeste. El optimismo de los exiliados se
asemejaría entonces más bien a una esperanza social que el propio escritor no
suscribe si consideramos la cita, un poco culpabilizadora, de Dante que cierra
la novela (es quizás el mensaje más controvertido de la novela a mis ojos):
Todo lo que amas, sin tardanza
has de dejar; y es esta la primera
flecha que el arco del destierro lanza.
Como sabe de sal probar te espera
el pan de otros, y cuan duro es el arte
de subir y bajar por su escalera.
(traducción de Ángel Crespo)
has de dejar; y es esta la primera
flecha que el arco del destierro lanza.
Como sabe de sal probar te espera
el pan de otros, y cuan duro es el arte
de subir y bajar por su escalera.
(traducción de Ángel Crespo)
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