23 de julio de 2013

Por qué la música es esencial

En el mes de septiembre de 2012, los más de 6.000 alumnos de las escuelas municipales de música de Madrid fueron informados de que el Ayuntamiento había retirado su subvención, por lo que las tasas se duplicaban. La gestión de esas escuelas era privada ya desde hacía varios años pero, hasta esa fecha, el Ayuntamiento preparaba los programas, prestaba los locales y subvencionaba una parte del coste. Incluso llegó a abrir nuevas escuelas y a enorgullecerse del proyecto. Con la crisis, el Ayuntamiento consideró que la música no era esencial. Argüía además que, puesto que había una larga lista de espera, las posibles bajas se cubrirían. Un año después, el resultado es que se han dado de baja el 40% de los alumnos, que los alumnos que quedan son los de clase más acomodada, que los profesores cobran menos y que la enseñanza, al tener que regirse por criterios comerciales, ha rebajado sus exigencias y su calidad. Un año después, las escuelas se encuentran al borde de su desaparición. 


La lectura del libro de Christoph Drösser me ha servido para comprender algo que intuía pero no sabía explicar, que la música sí es esencial y que, si bien no existe el derecho a la enseñanza musical, esta sí es necesaria para los ciudadanos, tanto como el deporte o los parques o tantas otras cosas que no están recogidas por la ley pero que ningún gobierno local se atrevería a abandonar. La música es esencial porque contribuye al bienestar del individuo y a la armonía social.

Nos explica Drösser, en un interesante capítulo sobre el papel de la música en la evolución del Homo sapiens, que la música está en la naturaleza, en los pájaros, en las ballenas, incluso en los gibones y si el hombre ha conservado ese rasgo, según las leyes de Darwin, ha de ser porque la música le hace más fuerte y le ayuda a sobrevivir.
Existen diversas teorías al respecto: unos creen que la música es un atributo destinado a la atracción sexual y que favorece por tanto la procreación; otros la consideran importante porque ayuda a calmar a los bebés y a hacerles dormir; otros, en cambio, destacan el carácter colectivo de la experiencia musical y su papel de engrudo social; otros más, entienden que el nacimiento de la música y el del lenguaje van de la mano y se apoyan en la musicalidad del lenguaje que usan las madres al hablar con sus bebés para imaginar cómo se articularía el lenguaje cuando el sistema fuera aún un mero rudimento. Si bien son muchas las teorías, lo que está claro es que la música forma parte esencial de nuestra naturaleza humana. Todo ello explica ese dopaje emocional que la música entraña, esa capacidad de la música para canalizar de forma inocua nuestros sentimientos.
Es más, la música, como la literatura o el juego, con sus repeticiones y sus reglas, nos permite anticipar el futuro, mientras que con sus rupturas y genialidades, nos abre a lo desconocido y nos enseña a prepararnos para lo imprevisto, algo sin duda fundamental para la supervivencia.

Pero la música no solo es beneficiosa para los individuos, lo es también para la sociedad y me serviré de un ejemplo para ilustrar sus efectos. El primer día que llevé a mi hija a la escuela de música, con cuatro años, me asusté al ver que cada uno de los diez niños que asistía a la clase tenía un teclado para él. A esa edad, los niños son casi bebés, y sienten un deseo irrefrenable de tocarlo todo y más aún si lo que tocan hace ruido. Sentí compasión de la profesora, “¡la que le espera!”, pensé. Ella, sin embargo, estaba muy tranquila. Lo primero que les enseñó fue a encender y apagar el teclado respondiendo a una señal que ella les haría, así cuando tuviera que explicar algo, se aseguraría de que los teclados no sonaran. La clase empezó con unas notas sencillas, ella las tocó, les pidió que la escucharan y que las cantaran luego. Colgó el dibujo de un teclado en la pizarra y les enseñó cuáles eran las teclas que había que tocar y con qué dedos debían hacerlo. Finalmente, pidió a los niños que encendieran el teclado y tocaran, como ella, do, mi, sol. Los niños tocaron las notas, pero cada uno en un momento distinto, y muchos se equivocaron, aquello empezaba a confirmar mis agoreras predicciones. Pero la profesora les pidió que apagaran el teclado y les preguntó, muy seria: ¿os ha sonado bien? Tal vez no me creáis, pero todos contestaron consternados: “no”.  La segunda vez la cosa mejoró y a la tercera, las tres notas formaban una melodía agradable y llena de energía. No sé si os dais cuenta, pero en quince minutos, aquella profesora había enseñado a esas criaturas de cuatro años a tener disciplina y autocontrol; a escuchar a los demás; a trabajar en equipo; y a distinguir lo caótico y molesto de lo armónico y bello. Parece mentira ¿verdad? es difícil pensar en alguna actividad que pueda enseñar tanto con tan poco, y a muchos adultos, seguramente, les vendría muy bien pasar por esas aulas.
 
La música sí es esencial, es un elemento inherente al ser humano y es un factor poderoso de entendimiento y cohesión social; las escuelas de música a precios asequibles en los barrios de Madrid ofrecen a muchos niños y jóvenes la posibilidad de cambiar el rumbo de sus vidas, de ser más felices y mejores personas, de relacionarse en un ambiente de camaradería y creatividad. La retirada de las subvenciones, dejando de lado toda consideración ideológica, económica y política, es un cruel mazazo para nuestra ya malherida ciudad.

Más información en AMAMyDAN


2 comentarios:

  1. Estos del Ayuntamiento de Madrid siguen dando la nota. No conformes con acosar e impedir prácticamente el acceso a las Escuelas de Música a los menos favorecidos económicamente, ahora cierran el círculo y dan el cante apoyándose en “SU legalidad vigente” e impedirán la libre expresión musical en la calle a quienes “no toquen al son municipal”.

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  2. Más información.

    http://planeta28madrid.opennemas.com/articulo/economia/licencia-cantar/20130823022352000751.html

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