En el mes de septiembre de 2012,
los más de 6.000 alumnos de las escuelas municipales de música de Madrid fueron
informados de que el Ayuntamiento había retirado su subvención, por lo que las
tasas se duplicaban. La gestión de esas escuelas era privada ya desde hacía
varios años pero, hasta esa fecha, el Ayuntamiento preparaba los programas,
prestaba los locales y subvencionaba una parte del coste. Incluso llegó a abrir
nuevas escuelas y a enorgullecerse del proyecto. Con la crisis, el Ayuntamiento
consideró que la música no era esencial. Argüía además que, puesto que había
una larga lista de espera, las posibles bajas se cubrirían. Un año después, el
resultado es que se han dado de baja el 40% de los alumnos, que los alumnos que
quedan son los de clase más acomodada, que los profesores cobran menos y que la
enseñanza, al tener que regirse por criterios comerciales, ha rebajado sus
exigencias y su calidad. Un año después, las escuelas se encuentran al borde de su desaparición.
La lectura del libro de Christoph Drösser me ha servido para comprender algo que intuía pero no sabía explicar,
que la música sí es esencial y que, si bien no existe el derecho a la enseñanza
musical, esta sí es necesaria para los ciudadanos, tanto como el deporte o los
parques o tantas otras cosas que no están recogidas por la ley pero que ningún
gobierno local se atrevería a abandonar. La música es esencial porque
contribuye al bienestar del individuo y a la armonía social.
Nos explica Drösser, en un
interesante capítulo sobre el papel de la música en la evolución del Homo
sapiens, que la música está en la naturaleza, en los pájaros, en las ballenas,
incluso en los gibones y si el hombre ha conservado ese rasgo, según las leyes
de Darwin, ha de ser porque la música le hace más fuerte y le ayuda a
sobrevivir.