El peso de la acción lo asumen los comunistas disidentes de Rusia y, por tanto, opuestos a las órdenes del Kuomintang. Esa fragmentación de la izquierda recuerda la que se produjo en nuestra guerra civil. Los mandos rebeldes presentan una ideología pura, no contaminada por intereses espurios ni sometida a las órdenes de Rusia. Luchan por un mundo más justo, por devolver la dignidad al débil, por obtener para todos unas condiciones de vida que excluyan la miseria. Una idealización algo maniquea que, sin embargo, se percibe como realista gracias a la habilidad del autor para eliminar el efecto moraleja aportándole un aspecto verosímil. A sus órdenes encontramos a una multitud desesperada que se lanza a la lucha sin nada que perder pues ni la vida vale gran cosa en condiciones como las que se describen.
Es patente la violencia con que el gobierno militar reprime la rebelión, también el miedo, presente en cada gesto, que no representa obstáculo para que cada uno lleve a cabo sus propósitos. Por encima de todo, observamos, un escalofriante heroísmo, indispensable en situaciones como las que se describen.
Construida en forma de
cuadros independientes encabezados por fechas y horas, narrada con concisión,
Malraux crea una panorámica que enfoca personas, paisaje -incluso el urbano,
bélico o doméstico-, meteorología, acciones y diálogos. La impresión es
cinematográfica, aunque enriquecida por reflexiones sentimentales e ideológicas
que, junto a los diálogos, dotan de sentido al conjunto. Las descripciones son
de un impresionante realismo, esos paisajes desolados, grises, saturados de
miseria y destrucción.
El sabio manejo de las
situaciones dramáticas provoca la empatía del lector. En el clima de lucha que
tan admirablemente retrata, destacan un puñado de personajes fervorosos, ya sea
en la defensa de los ideales, la salvaguarda de intereses empresariales o la
consolidación de la autoridad política. Como Ferral, opuesto a los ideales del grueso
de personajes pero también en primera línea del relato, con sus propios
problemas sentimentales y empresariales, o el ruso Katow, bajo cuyas órdenes se
produce la contienda y que protagoniza uno de los momentos más dramáticamente
altruistas, o los héroes indiscutibles Kyo y Chen. El padre de aquel, Girsors,
lo percibe así: “Bajo sus palabras, se deslizaba una
contracorriente confusa y oculta de figuras: Chen y el crimen; Clappique y su
locura; Katow y la revolución; May y el amor; él mismo y el opio... Sólo Kyo,
para él, se resistía a aquellos dominios.” Finalmente, a su vida
desengañada y a la adicción al opio se añade la muerte del hijo y eso acaba de
derrumbarle. No le quedan fuerzas ni para trasladarse a Moscú y asumir el
futuro dispuesto para él por May, la viuda. La última conversación de ambos
tiene lugar en territorio japonés, -lejanos ya los hechos que se narran, en la
que se repasa la situación desapasionadamente y se nos permite atisbar al
actual desencanto de ambos que, no obstante, constituye un alivio-, y configura
el epílogo perfecto.
La novela supone una
honda reflexión sobre el destino del hombre, el sentido de la vida, los sueños,
el amor, el despotismo y la lucha de clases, la insurrección o el sentido político
de la violencia. Todo ello inserto en el relato o extraído de la mente de los
personajes en una excelente aplicación de la omnisciencia narrativa.
Fue publicada en 1933
obteniendo el prestigioso premio Goncourt. La primera edición española se
realizó en Argentina en 1936 y la traducción corrió a cargo de César A. Comet. He
ojeado ediciones diferentes pero todas mantienen aquella versión, y no entiendo
por qué. A mí me ha parecido sencillamente nefasta.
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