Siempre
he querido saber qué ocurre en una sesión de terapia. A día de hoy, la mayoría
de mis conocidos, aun los más cuerdos y sensatos, han pasado por las manos de
algún psicólogo. He de reconocer que a veces siento algo de envidia. No puedo
dejar de ver como un lujo extravagante pagar a alguien para que te escuche
mientras te permites hablar y hablar sobre ti mismo. Antes mantenía, con
soberbia, que era mejor tener un buen amigo o algún ser querido al que contarle
tus historias. Ahora sé que no, que no hay nadie dispuesto a soportar nuestras almas
desnudas y que, además, cualquier relación de amistad o de amor puede
desvanecerse como el algodón de azúcar si se somete a altas temperaturas de
verdad. Por eso era tan tentadora la lectura de La tejedora de sombras, de Jorge Volpi, que prometía, entre otras
cosas, acercarnos a los experimentos y las vivencias de una paciente de Carl
Gustav Jung.
Volpi
lo tenía todo, no solo es un narrador extraordinario, sino que se había topado casualmente,
rebuscando en los archivos de Harvard, con la fascinante historia de Christiana
Morgan, contada por ella misma en una colección de cuadernos y diarios. Paciente
y discípula de Jung, Christiana mantuvo una apasionada relación durante 40 años
con Henry Murray, médico de Harvard, y según muestran sus anotaciones, trató de
convertir esa relación, amparándose en las teorías del maestro, en una
experiencia sublime de conjunción de las almas. Lamentablemente, con todo ese
material, Volpi no ha hecho apenas anda. Lo que ha escrito no parece ni
siquiera un borrador, sino un mero esbozo de la novela. Con una prosa lírica,
aunque cuajada de anglicismos, que no sé si son corrientes en México o si
proceden de una traducción apresurada de los cuadernos escritos en inglés o de
la influencia de sus lecturas en dicha lengua, Volpi narra la historia con
distancia y apresuramiento.
No nos explica nada en sus páginas sobre las teorías de Jung y me hubiera gustado que lo hiciera. No hay tampoco un retrato histórico de la época, de esa sociedad conservadora y de la pequeña burguesía progresista que viajaba a Zurich para someterse a terapia, que hablaba sobre sueños en las tertulias de salón, que descubría con estupor y avidez las alegrías y las miserias del sexo. Pero lo peor es que no hay unos personajes capaces de despertar emociones en el lector. El rostro fotografiado de Christiana, que aparece en la primera página, es lo más sugerente que encontramos de ella en todo el libro; por no hablar de Henry Murray, el hombre que enamora a Christiana y que mantiene su pasión despierta durante 40 años, y que sin embargo se nos aparece como un pelele, sin talento creador y sin personalidad alguna. Ni siquiera el final, que podría haber tenido una notable fuerza dramática, al desmontar taxativamente la ilusión que había guiado por tan tortuosos caminos la vida de ambos amantes, adquiere suficiente altura, insinuada como mero apunte, desperdiciada la oportunidad de haber creado un contraste que hubiera podido ofrecer al lector un cierto consuelo.
Lo
mejor de la lectura ha sido por ello lo que no está. Conocer la existencia de
Christiana me ha llevado a interesarme por las teorías de Jung, por sus
conceptos del ánimus (el lado masculino de cada individuo) y el ánima (la
faceta femenina), por sus arquetipos de la madre, del maná, de la sombra y
muchos más y, sobre todo, por su idea fundacional del inconsciente colectivo
como elemento inseparable de la persona. Jung promueve además como máximo logro
de la existencia el encuentro del yo propio como unión de contrarios y fusión
con ese inconsciente global que incorpora lo vivido o ideado o aprendido por
todos nuestros antepasados. Quizás esté ahí la razón del experimento de
Christiana, quizás se explique así la construcción del castillo y la invención
del ritual de la díada. Es posible que si leyéramos el texto con la obra de
Jung al lado, estudiando los dibujos de la protagonista, comparándolos con los esotéricos
ensayos del profesor, pudiéramos sacarle más jugo a la historia. Pero no creo
que sea esa la forma de construir una novela.
Me
ha decepcionado Volpi, y más aún por las expectativas que despertó con En busca de Klingsor, el libro que
obtuvo el Premio Biblioteca Breve en 1999, y que despertó la admiración de
García Márquez o de Cabrera Infante, un libro precursor del interés de la
literatura por la ciencia, una obra que abrió la puerta a la exploración de las
minas de poesía y de filosofía que la física o las matemáticas encierran. Volpi
es un gran investigador, un curioso infatigable con afán de saberlo todo y eso
puede ayudarle a escribir grandes novelas, pero no es suficiente. En sus
últimos libros me da la sensación, además, de que está cansado, de que quiere
acabar con su estudio, hacer borrón y cuenta nueva. Me pasó algo parecido con Leer la mente, un libro erudito que
podría haber sido un ensayo esencial sobre el comportamiento del cerebro frente
a la ficción y su relación con el comportamiento ante la realidad, y que se
quedó en una sinopsis apresurada de unas cuantas teorías.
La tejedora de sombras me ha parecido un libro a medio escribir, y tratándose de un autor con el talento de
Volpi, me parece una verdadera lástima. Siento que no se haya sentado a recrear
la verdadera historia de Christiana, que no haya sido capaz de transmitirnos
sus pasiones, sus inquietudes, su fuerza y su flaqueza. Estoy segura de que
esta joven indagadora de sí misma, capaz de darlo todo y de exigir lo imposible,
se merecía más que esto.
Reseña recomendada: La tejedora de sombras
Reseña recomendada: La tejedora de sombras
¿por que en el segundo capitulo(scherzo:agitato) aparecen espacion en blanco ? :)
ResponderEliminar¿por que en el segundo capitulo(scherzo:agitato) aparecen espacion en blanco ? :)
ResponderEliminar