Dicen los críticos que Orlando es la novela más fácil de Virginia Woolf: quizá sí, pero
sea o no fácil de leer, es una novela deslumbrante tanto en su forma como en su
contenido. El protagonista, Orlando, un joven amante de la literatura que
atraviesa los siglos, desde la época isabelina hasta el mismo siglo XX,
se transforma por el camino de hombre en mujer. Esa transformación, eje de la
obra, le permite al protagonista ver con una mirada nueva las convenciones
sociales que rigen el mundo femenino y los prejuicios que tienen los hombres
respecto a ellas. Con una elegancia refinada, Virginia Woolf se burla del valor
sagrado que se concede a la virginidad, de las modas que obligan a las mujeres
a disfrazar sus verdaderas formas, de la infravaloración de su inteligencia.
Pero este tema, que es a menudo el primero en el que se piensa al hablar de
Orlando, no es el único de la obra, porque el círculo se ensancha hasta
englobar no solo las convenciones que rigen lo femenino y lo masculino, sino
todas las convenciones en general, contraponiendo aquella parte esencial del
ser humano con lo que es cultural, adquirido, aunque no por ello menos válido.
Una de las mejores partes del libro es que la nos relata como Orlando contrae
matrimonio con una mujer gitana y se va a vivir a un campamento nómada. Allí
Orlando comprende la futilidad de tener una casa de más de cuatrocientas
habitaciones, cuando la Tierra
es tan amplia, la fruslería de una historia de siglos, cuando la de los gitanos
se remonta a varios milenios, pero lo peor es que en ese mundo primitivo se
pone en duda la validez de toda reflexión más allá de lo útil e inmediato, es
decir el propio pensamiento.
El arte es otro de los temas omnipresentes en el libro, y concretamente la
literatura, como medio con el que Orlando intenta desesperadamente expresar lo
inexpresable. La ironía con la que Woolf nos muestra los afanes del joven
poeta, el fraudulento e interesado papel de los críticos, el artificio y la
presunción de los literatos, no tiene desperdicio, pero tampoco lo tiene su
profunda indagación en torno a la capacidad de la literatura para representar
la vida. Después de tachar y reescribir innumerables veces un fragmento de su
poema, nos dice Woolf de Orlando:
“Entonces optó por decir que el pasto era verde y
el cielo azul, para conciliar de algún modo el austero genio de la poesía, que
no dejó nunca de reverenciar, siquiera de muy lejos. ‘El cielo es azul
–repetía-, el pasto es verde’. Levantando los ojos vio que, al contrario, el
cielo es como los velos que Mil Madonas han dejado caer de sus cabelleras; y el
pasto se apresura y se oscurece como una fuga de muchachas que huyen de sátiros
velludos en bosques encantados. ‘A fe mía –dijo (porque había tomado la mala
costumbre de hablar en voz alta)-, no veo que una sea más verdad que la otra.
Las dos son falsas...’. Y desesperó de resolver el problema de la poesía y de
la verdad y cayó en un hondo abatimiento.”
Virginia Woolf se burla de la incapacidad de las palabras para describir el
mundo: “Es muy curioso que los seres humanos, a pesar de tener medios tan
imperfectos de comunicación (...), prefieran, sin embargo, sufrir la
incomprensión y el ridículo, a guardar silencio”, dice en otro momento.
Pero tampoco ahí acaba la historia, sino que avanza in crescendo hasta abarcarlo todo y en la última parte del libro,
cuando ya estamos relamiéndonos y creemos que no va a haber más sorpresas,
llega el clímax: Orlando toma conciencia de sí mismo, y esa conciencia del yo
integra a la vez la percepción de la memoria y la tradición, que se entrelazan
en una urdimbre indestructible donde lo minúsculo y lo inconmensurable se unen
en un solo punto, predecesor quizás del aleph de Borges (no olvidemos que fue
Borges quien tradujo al español Orlando).
Virginia Woolf trató de rastrear el flujo de la conciencia en sus novelas. La señora Dalloway, Al faro, Las Olas,
son ejemplos magistrales de una nueva técnica narrativa que hallaría su
culminación en el Ulises de Joyce y,
sin embargo, es en Orlando donde ese
flujo de conciencia no está literalmente representado, sino analizado desde
fuera de una forma racional y sus percepciones son tan agudas que parece
imposible que las hiciera una mujer que vivió a principios del siglo XX. He
aquí un fragmento que parece inspirado en los más actuales descubrimientos de
la neurociencia:
“Porque el desvanecimiento levísimo que había proyectado el dedo sin uña se
había ahondado ahora en el fondo de su cerebro (que es lugar prohibido a
nuestra mirada) en un estanque donde habitan las cosas en una oscuridad tan
profunda que casi no sabemos lo que son. Miró ese estanque o ese mar que
refleja todo –y lo cierto es que algunos dicen que nuestras pasiones más
fuertes, y el arte, y la religión, son reflejos que vemos en el hueco negro del
fondo de la cabeza, cuando efímeramente se oscurece el mundo visible. Ahora lo
miró, larga y profundamente, y el camino de helechos que trepaba la colina ya
no fue del todo un camino, sino en parte el Serpentine; los espinos del cerco
fueron en parte damas y señores con tarjetas y bastones de puño de oro; las
ovejas fueron en parte casas altas de Mayfair; cada cosa se cambió parcialmente
en otra, como si la conciencia de Orlando fuera una selva con avenidas
ramificándose por aquí y por allá; las cosas se alejaban y se acercaban, se
confundían y se apartaban, y hacían las más raras alianzas y combinaciones en
un incesante ajedrez de luz y de sombra.”
No cabe duda de que Virginia Woolf es una visionaria en todos los ámbitos.
Por un lado, explora las grandes preguntas filosóficas sobre la verdad y sobre
el yo. Por otro, revoluciona la literatura con el flujo de conciencia y con un
estilo que parece adelantarse al del realismo mágico. Su tarea es titánica, su
prosa arrolladora y, sin embargo, hay algo especial en su exposición, una sencillez y una humildad que desarman al lector y que se abren camino sin petulancia ni moralismos, blandiendo como arma su inteligente y brillante ironía.
Realmente una muy buena novela, muy interesante y bien escrita, los cambios de epoca a epoca que va teniendo orlando asi como los planteos que va realizando cambio a cambio, son muy buenos y reflejan el espiritu inconformista de la autora supongo yo
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