El título de la novela, El mapa y el territorio, nos presenta de entrada el que podría ser
el tema central de la historia: la dualidad entre la realidad y su
representación. Esta dualidad que constituye la esencia del trabajo del
artista, si bien de por sí enigmática, se bifurca progresivamente en nuevas
disyuntivas: la representación banal (el mapa) frente a la representación
artística (las fotografías de mapas que constituyen la obra de arte) y el valor
intrínseco de la obra como artefacto humano frente a su valor comercial dictado
por el mercado del arte.
Empieza El
mapa y el territorio con una escena en la que Jed, el protagonista, está pintando
el retrato de Damien Hirst y Jeff Koons. El retrato, que no logra terminar,
debía titularse «Damien Hirst y Jeff Koons se reparten el mercado del arte».
¿Por qué no lo termina? ¿Por qué le cuesta tanto a Jed pintar el retrato de
Jeff Koons? Jed está terminando una serie de cuadros sobre los oficios y, sin
embargo, tiene dificultades con esa última pieza: la del artista. Y, mientras
Damien Hirst destila en su obra una constante pulsión de muerte, para Jeff
Koons el mundo está formado por objetos tan estúpidos como divertidos, y con su
aspecto de representante de comercio y su sonrisa bobalicona, crea obras en
equipo que alcanzan cotas astronómicas, un tipo de artista que Jed no logra
asimilar.
Este es el hilo conductor de la novela, que
desarrolla a partir de ahí una indagación sobre el oficio del artista, y más
concretamente sobre su función en un mundo que cambia velozmente, en el que los
oficios nacen y mueren, en el que primero la producción industrial y más tarde
la globalización y el capitalismo salvaje deshumanizan al hombre y le arrebatan
toda esperanza de alcanzar su inevitable aspiración a dotar de sentido a su
vida.
Después de esa primera escena, el narrador, un
posible biógrafo que nos habla desde el futuro, nos cuenta la historia de Jed.
Nos habla de su infancia, del suicidio de su madre, de la relación distante que
mantiene con su padre, de sus primeras incursiones artísticas. Poco a poco el narrador nos va sumergiendo en el mundo de
Jed, hasta el punto de que no sabemos si atribuir las constantes reflexiones
que encontramos al narrador, a Jed o incluso al propio autor.
Tras unos primeros escarceos con cuadros de diversos
productos industriales, Jed empieza a hacer fotografías de mapas Michelin y es
a partir de ahí cuando despega su carrera profesional. Gracias a la joven y
bella Olga, la empresa Michelin se convierte en su patrocinadora y consigue que
sus cuadros se conviertan en piezas cotizadas. El artista, que no ha actuado
con premeditación, pero que tampoco se plantea ninguna duda al respecto, se
convierte así en hombre-anuncio, en la imagen institucional de una empresa y, a
cambio, obtiene dinero y, sobre todo, fama.
Pero el mercantilismo patente en la novela no se
reduce al arte, sino a todo lo humano. El amor se compra y se vende, así como
también la muerte, y nada hay más desolador en la novela que la visita a la
clínica Dignitas de Zúrich, adonde acude su padre para que se le practique la
eutanasia.
Quizá la parte más chocante de la novela es la
tercera, en la que de pronto Jed se ve inmerso en un macabro asesinato. Hay que
decir que Houellebeq se revela como un talentoso escritor de novela negra y la
narración se vuelve más ágil e intrigante si cabe. Pero ¿es eso lo que quiere?
¿se trata de un guiño a la literatura comercial? ¿quiere mostrarnos que es fácil
escribir ese tipo de historias? Es curioso, no obstante, que el policía
encargado del caso sea el personaje más humano y entrañable de la novela, el
único que mantiene una relación estable con una mujer a la que ama, el único
que parece encontrar un sentido a lo que hace.
En un principio, y vistas las reflexiones que el
autor invita a hacer, el lector puede imaginar que el asesinato va a ser una
denuncia de ese arte truculento de la famosa exposición de cadáveres «Bodies» o
del propio Hirst. Pero la narración toma otros derroteros. De pronto se resuelve
el caso, el narrador desprecia su significación y pasa a escribir el epílogo de
la novela donde, también sorprendentemente, nos encontramos con una Francia
feliz que ha logrado sobrevivir a la era industrial y al capitalismo, y una
recreación artística del tópico medieval de la danza de la muerte, que nos
recuerda que sean cuales sean nuestros afanes, al final todo se reduce a nada.
Si bien sumamente intelectual y reflexiva, con sus
personajes solitarios y estoicos, casi autistas, no cabe reprochar la falta de
sentimientos a una obra que insiste en la deshumanización y en la veleidad de
toda industria humana. Una novela clarividente, que ilumina zonas oscuras de
nuestra época no para aclararnos nada, sino para acrecentar nuestro
desconcierto: sin haber comprendido aún el lugar del hombre en la era de la
producción industrial, donde el trabajo de cada individuo es solo una parte de
una cadena y el obrero no participa en el producto final, hemos pasado a la era
de un capitalismo delirante, donde la producción tiene lugar lejos de nuestros
países, donde nada sabemos sobre esos procesos y nuestro papel se limita a
ponerles precio, dejando a la vez que esa omnipresencia del mercado se apodere
ya no solo de los productos industriales, sino de nuestras propias vidas, de
nuestros sentimientos, de nuestras relaciones e incluso de nuestra muerte. Una
era nueva, que todavía no somos plenamente capaces de comprender ni por lo
tanto de reducir y domesticar para que se adapte a las necesidades del hombre
antes de que este sucumba a su inercia aniquiladora.
El ideario artístico de Jed, el protagonista, es
hacer una “descripción objetiva del mundo”, y no se dice que eso no es posible,
que cualquier descripción, sea el medio que sea el que se utilice, es
subjetiva. Sin embargo, quizás pueda considerarse como descripción objetiva aquella
en la que el artista sea capaz de plasmar la realidad tal como la percibe, sin
falsearla. Ese es probablemente el ideario de Houellebeq, contarnos lo que ve,
tal como él lo ve, sin dejarse influir por los críticos, por el valor de
mercado de su obra, ni por las infinitas opiniones positivas y negativas de su
público. Y yo, sinceramente, creo que lo consigue.
Reseña recomendada: El mapa y el territorio
Reseña recomendada: El mapa y el territorio
Para mí, en el podium del año pasado, sin duda.
ResponderEliminarFranzen y él, ex aequo