"EL PUÑO INVISIBLE, arte, revolución y un siglo de cambios
culturales" de Carlos Granés.
Editorial Taurus.
Premio de Ensayo Isabel de Polanco 2011
Sábado por la mañana, muy temprano.
Desde mi mesa veo cómo asoman, por sobre el peto de la terraza, las esculturas que coronan el remate de la
fachada monumental de San Francisco El Grande, obra de Sabatini, inmenso artista. Detrás veo el arranque de la cúpula, de Antonio Plo, otro artista. Y todo sobre el
proyecto de Francisco Cabezas. Van tres artistas para una sola obra. El arte
como proyecto unitario que se desarrolla en el tiempo, al margen de sus
protagonistas, para crear una obra única. Estamos hoy tan acostumbrados a las
estrellas del arte, a los Barceló, los Foster, los Koons o los Calatrava, que parece
imposible pensar en un artista como parte de un equipo o de un proyecto cuyo
fin único no sea la exclusiva propagación de su obra o el premiar a tal o cual
museo o a tal o cual ciudad con el privilegio de que tales genios desciendan de
las alturas para dignarse a soltar unas migas de su arte sobre nosotros, simples
mortales. Artistas únicos e individuales. Como ejemplo recordemos la pataleta
en forma de demanda que Calatrava puso contra Isozaki por osar atreverse a
completar una obra suya en Bilbao para corregir alguno de los habituales fallos
y carencias del valenciano. Y sin embargo, el arte constituye, a pesar de todo y
de todos, un proyecto único de la humanidad, que se ha desarrollado linealmente reflejando con fidelidad el devenir político y social del hombre y en el que
cada individuo que se atrevió a intentarlo, aportó su parte para el avance de
la obra total.
Tal vez sea esa una de las conclusiones
que puedan sacarse tras leer el ensayo de Carlos Granés “El Puño Invisible”. El
libro desarrolla durante casi cuatrocientas de sus cuatrocientas sesenta y
cinco páginas, una historia detallada y muy bien escrita de las vanguardias
artísticas y culturales del Siglo XX, haciendo hincapié en los procesos de
gestación de sus ideas, el desarrollo de los grupos que las formaron, su obra y
su final o su transformación en nuevos movimientos. Queda patente cómo el afán de
separarse de la corriente, el romper con la cultura oficial y el diferenciarse
de los otros que lo intentan, no hace más que continuar la línea temporal de
ese proyecto artístico total del que hablábamos.
Pero quizás el punto más interesante de su
tesis, y lo que justifica su lectura, es la manera en que nos revela el proceso
de incorporación, por parte de la sociedad, de las ideas básicas de las
diversas vanguardias al uso y la vida del común de la gente, desactivando su
carga ideológica, desarmando su afán revolucionario y transformándolas, en última
instancia, en objeto de consumo y, cómo no, en dinero contante y sonante. Es interesante también, y merece debatirse en profundidad, la idea que propone que las vanguardias de principios de siglo XX exigían un futuro; las de la postguerra, los sesenta y los setenta luchaban por un presente y las de hoy (15M, etc) reclaman no quedarse fuera del sistema, reclaman el derecho a la burguesía, o sea, reclaman el pasado.
Lo más logrado del trabajo de
Granés puede estar en cómo nos presenta y nos permite entender simultáneamente,
por ejemplo, el escándalo social que supuso en su tiempo la irrupción de Dadá,
el urinario de Duchamp o las primeras perfomances surrealistas, a la vez que nos
hace reconocer la indiferencia absoluta que nos provocan hoy, como sociedad,
las obras de autoflagelación de Marina Abramovic o los cadáveres de animales flotando
en formol de Damien Hirst. Un espectador distraído puede impresionarse
al presenciar ingenuamente alguna de estas obras pero lo que de verdad asombra
y moviliza a la sociedad actual es que alguien pague diez millones de dólares
por un tiburón metido en una vitrina llena de formol. Por cierto, dicha obra se
llama La imposibilidad física de la
muerte en la mente de algo vivo (The
Physical Impossibility of Death in the Mind of Someone Living).
Por otro lado, y siendo verdad
que muchas de las vanguardias se deshicieron sin dejar una obra significativa o
unos tratados teóricos sesudos que sirvieran de apoyo a sus actividades, y que
casi todas ellas acabaron colaborando en la instauración de lo que se está dando
en llamar “la cultura del espectáculo”, lo que incomoda o no llega a convencer del
libro de Granés es la simpleza de algunas conclusiones que parecen asomar del
texto sugiriendo que las vanguardias solo fueron unos fogonazos deslumbrantes provocados
por unos pirómanos que no dejaron más que cenizas y que los artistas que
destacaron y perduraron en el pasado siglo lo hicieron una vez que se desvincularon
de ellas, ya que de esa manera se está negando el inmenso poder movilizador que
tuvieron estos movimientos, la casi incombustible voluntad de cambiarlo todo de
la manera que fuera y, quizás sí en menor medida, los grandes creadores que se
acercaron al arte a través de ellas y legaron una obra que existe gracias a esa
chispa que encendió la mecha vanguardista.
Atraviesa la obra de Granés un
cierto tufillo conservador. Demasiados calificativos despectivos se deslizan
sutilmente sobre muchos de los protagonistas de las vanguardias y muchas
anécdotas ridículas o por lo menos absurdas ejemplifican sus derroteros como
para suponer imparcialidad en las valoraciones que hace. En esta línea y a día
de hoy, no parece casual la encendida reseña recomendando el ensayo de Granés
que Vargas Llosa hizo desde las páginas de El País en diciembre pasado:
Un par de meses después de esa
reseña aparece el nuevo libro del Nobel titulado “La Civilización del
Espectáculo” donde, según las críticas aparecidas, abundando en el
concepto esbozado en el ensayo de Granés, se dedica a lamentar la falta de una Alta
Cultura y a, como poco, desconfiar de las nuevas tecnologías y sus aplicaciones
culturales. En síntesis, antes éramos más cultos, los ordenadores nos
estupidizan y la cultura de masas es
cuando menos sospechosa. A este respecto es interesante y muy revelador el artículo de
Jorge Volpi, también en el El País, sobre el libro de Vargas Llosa:
Y pienso en Freud: hay que matar
al padre.
El arte es ruptura, es
investigación, es rebeldía, es innovación. Desconfiar de cualquiera de esas
premisas es negar su propia esencia y es allí donde parece hacer aguas el
ensayo de Granés. Nos deja la sensación de que “artistas eran los de antes” y
que todos esos vanguardistas eran unos irresponsables, anarquistas, melenudos o
terroristas que no practicaban una forma de arte alternativo si no solo una forma
de política contestaria.
Estas verdades
absolutas y los lamentos por el pasado, me hacen recordar temerosamente a la inscripción
que ostenta el siniestro monumento a Eugenio D’Ors, Jefe Nacional de las Artes
en el primer franquismo, y que, lamentablemente, aún se levanta en el Paseo frente al Museo del
Prado, desde donde pontifica a los cuatro vientos algunas
barbaridades como que la política debe ser católica, que la cultura solo es una
y, para rematar, que “todo lo que no es tradición es plagio”, negando de esta manera
la posibilidad y el derecho a cualquier intento de investigación artística individual,
a cualquier atisbo de rebeldía respecto de lo establecido y, en resumen, a cualquier
posibilidad de generar arte de verdad. Alguien debería poner junto al monumento un panel
informativo que cuente quién fue este personaje y lo que su pensamiento
representa para que ningún distraído tome sus palabras como ciertas. O demolerlo
en nombre de la Memoria Histórica. Eso hubieran hecho, con justicia, muchos
vanguardistas del siglo XX.
El libro de Granés revela una
gran investigación y un trabajo inmenso pero debe ser leído sin olvidarse que
las vanguardias surgen para señalarnos que algo no funciona.
Muy buena reseña. El otro día acabamos hablando del 15-M y vimos lo que Granés decía al respecto. Nos pareció injusto. Es cierto que el 15-M mira al pasado, y mucho, pero no tanto a los hechos del pasado como a las teorías. El 15-M no quiere hacer tabula rasa, quiere un mundo más justo, más equitativo y a la vez más libre, y encuentra en las teorías de otras épocas ideales que aún no se han alcanzado. El 15-M tiene además muy en cuenta el presente, es consciente de que las cosas ahora no son como antes, juega en otro campo y con otras armas. Y mira también, por supuesto, al futuro, sobre todo porque incorpora muchas preocupaciones medioambientales y porque busca en las nuevas tecnologías nuevas formas de desarrollar el gobierno de las sociedades y el ejercicio de la democracia. No fuimos capaces de ver aún quiénes son o quiénes serán los artistas que producirá este movimiento. Es posible que sean como todo el movimiento, artistas anónimos, artistas que rehúyen la fama y el dinero, artistas que buscan su reconocimiento entre sus grupos de amigos... Tiempo al tiempo.
ResponderEliminarLas vanguardias no surgen para señalar nada. El dedo que saca un moco también apunta a algún sitio. Todo contiene bastante agua. Por fortuna Granés escribió este libro. Una gota en el océano. Bien por reseñarlo Claudio...en su día.
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