Esta reseña llega con mucho retraso. Fue justo antes
del verano cuando, mientras preparábamos nuestras maletas, abordamos el tema de
los viajes y tuvimos a Ronaldo Menéndez con nosotros para hablarnos de su libro
Rojo aceituna. Ronaldo Menéndez es autor de varias novelas y libros de relatos, galardonados con los premios de la
Casa de las Américas y Lengua de Trapo, además del profesor de escritura creativa.
Nacido en La Habana, llevaba muchos años en Madrid cuando, en 2012 decidió
dejarlo todo y marcharse con Natalia, su pareja, a recorrer el mundo. Irse,
alejarse, huir. «No es la luz lo que me atrae, sino la sombra lo que me empuja»,
dice al inicio del libro. Luego nos habla de la crisis que golpeaba con fuerza
a España y a todo Occidente, pero también de algo más existencial, de una
nostalgia de los lugares nunca pisados, de un impulso incontrolable de salir de
esa rueda en la que como ratones atrapados saltamos de radio en radio, día tras
día. En septiembre de 2012, Ronaldo, por las razones que fuera, dejó de mirar
de frente y saltó a un lado, saliendo así de la rueda para empezar a disfrutar
de su tiempo. Porque esa es una de las experiencias más palpables en Rojo aceituna, el alargamiento del
tiempo, la sensación de que cada instante es vivido.
Ronaldo se fue de Madrid, dijo que iba a visitar a su
madre, a sus amigos y a ver qué había sido del comunismo en el mundo, y que por
eso quería visitar aquellos países asiáticos en los que el comunismo ha estado
o está aún presente. De ahí el subtítulo del libro, «viaje a la sombra del
comunismo», un subtítulo que, sin embargo, resulta engañoso al hacer pensar en
un libro más periodístico o incluso político de lo que es (de hecho, varios de
los contertulios comentaron que, en las librerías, Rojo aceituna se hallaba ubicado en la sección de política).
Pero
Rojo aceituna no es un análisis
político, ni una crónica periodística; no es tampoco una guía para turistas, ni
una colección de consejos para viajeros inquietos: Rojo aceituna es, simplemente, un libro de viajes, un cóctel de
narraciones en el que se suceden relatos de aventuras, de sensaciones, de
conocimiento y de indagación personal.
El viaje empieza con un aperitivo, una primera visita
a China, que despierta en los protagonistas la sed de viajar, y sigue luego con
una colección de relatos que cubre distintos momentos de ese gran viaje de
trece meses, con la mochila a cuestas, para recorrer Cuba, Venezuela Bolivia, Chile,
Vietnam, Laos, China, Tailandia y la India.
En el tiempo transcurrido desde el verano, he leído varias
reseñas de Rojo aceituna. Creo que todas hablan del espíritu
viajero de Ronaldo, y de esa condición de cubano de la que no puede
desprenderse, hablan del ritmo que impone Ronaldo a sus narraciones, del humor con
el que nos cuenta sus anécdotas, de su agudeza para describirnos personajes y
lugares, y de ese lenguaje chispeante, original y lírico tan suyo. Añadiría a
esos rasgos la oralidad de los relatos, que consiguió que se me abrieran los
ojos como platos, que me riera a carcajadas, que derramara alguna lágrima o
contuviera el aliento. Lo mejor es que mientras bebía el cóctel, me contagié de
su afán de aventura, de sus ganas de vivir, de esa libertad del viajero que
nada tiene y a nadie ha de rendir cuentas.
Como ya ha pasado un tiempo, y apurada la bebida,
puedo ver ahora qué posos han quedado en el vaso. Por de pronto, hay tres
relatos que son difíciles de olvidar: el de Ronaldo y el viaje a Cuba; el de
Charly, el profesor de literatura cubano, y su kafkiana experiencia en
Venezuela; y la más terrorífica de todas, la de Nguyen, el camboyano indemnizado.
Además del dramatismo de estas historias, las tres tienen en común que el
narrador se desdobla y al narrador-autor se le suma un narrador-protagonista, y
esa doble voz aporta a esos relatos una profundidad y una perspectiva que hace que se nos queden muy adentro.
Pero además de esas historias, resuenan en mi cabeza
los seductores comienzos, las referencias literarias, la fuerza vital que rezuman
las historias y, entretejiéndolo todo, esa voz trepidante, irónica, locuaz, que
de pronto se detiene, respira, y traspasada por la magia de los antiguos bardos
se hace envolvente y suave: «Para salir de Bolivia cruzamos durante cuatro días
el salar de Uyuni, una superficie de sal cristalina con “islas” que son montículos
de tierra erizados de cactus. Y siempre escribimos como posesos de seis a nueve
de la mañana. A esa hora quieta en que el sol aún no se ha revelado, parecemos
“almas en letra”, como almas en pena, machacando el teclado en la penumbra».
Esa alma en letra, esa voz singular, tan poética como
atrevida, tan cargada de biografía como de curiosidad, irónica y lúcida, es la que ha permanecido al fondo del vaso, y la que he acabado por
tragar hoy al dar el último sorbo a ese cóctel ávidamente consumido. ¿Qué más
decir? Que Rojo aceituna es, sin duda
alguna, una lectura de lo más recomendable, tanto para un verano de viajes como
para un invierno de ruedas.
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