19 de noviembre de 2012

Ruby Sparks, algo más que una comedia



Preciosa la peli que Jonathan Dayton y Valerie Faris, los directores de Pequeña Miss Sunshine, dirigen esta vez a partir de un guión de la increíble Zoe Kazan. Esta chica, nacida para el cine, hija de guionistas y nieta del director Elia Kazan, además de ser la descarada y fresca protagonista, firma un guión brillante, de tejido sencillo y lúcido, con buen ritmo y un cierre elegante.

La historia gira en torno a un joven escritor (Paul Dano), abrumado por el éxito de una precoz novela, que acude al psicoanalista en busca de ayuda para superar su bloqueo creativo. El doctor le pide que escriba una página para él sobre la mujer de su vida. Calvin se muestra reacio, pero acepta el ejercicio y se pone a la tarea. A medida que la inspiración va apoderándose de él, la mujer ideal que escribe (y no sobre la que escribe) empieza a tomar cuerpo y se vuelve tan real en su imaginación que se va enamorando de ella. A su psicoanalista no parece preocuparle, pero él cree que no debe enamorarse de alguien que no es real. La sorpresa viene cuando Ruby, su creación, aparece a los pies de la escalera esperándole para tomar el desayuno. A partir de ahí, la historia se convierte en una disparatada comedia romántica, llena de frescura y vitalidad, a la que aporta un delicioso contrapunto el personaje de Harry  (Chris Messina), hermano de Calvin, que con su fuerte anclaje en la realidad, nos ofrece la otra cara de la moneda.

Y ¿por qué os cuento todo esto? Pues al hilo del ensayo de Richard David Precht, aquí comentado, y de su propuesta de que al enamorarse no hacemos sino proyectar una ilusión, esperando que la otra persona responda a lo que no es sino el fruto de la imaginación. «Quien se aventura con otra persona, quien se “entrega” anímicamente a ella, amplía su horizonte y sustituye su sentido de la realidad por sentido de la posibilidad» dice Precht, y eso es exactamente lo que hace Calvin con su creación.

Las críticas que he leído de la película (recomiendo especialmente la del New York Times) elogian el guión como una sencilla comedia romántica, donde se nos pone ante la tesitura de lo que podríamos hacer si realmente pudiéramos crear a nuestro gusto a nuestro compañero sentimental. Sin embargo, tras la lectura del ensayo de Precht, no puedo dejar de verla como algo más. Porque, al final, ¿qué es lo que hacemos cuando nos enamoramos? ¿No inventamos acaso a la otra persona, no convertimos a nuestro enamorado en el más guapo y tierno, en el más aventurero y divertido, o en el más original y sorprendente, según la narración que queramos escribir? ¿No nos enfadamos cuando la otra persona no obedece al guión que le hemos escrito, cuando no encaja en el papel que le habíamos adjudicado? Aunque, como nos dice la inteligente Zoe, ¿no sería peor si encajara? ¿nos gustaría realmente que atendiera a todos nuestros deseos?

Una parábola del enamoramiento, un juego metaliterario, una comedia que nos anima a disfrutar del amor sin cortapisas, dejándonos llevar, aceptando al otro como es y disfrutando, en lo bueno y en lo malo, de nuestra insoslayable libertad.

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