Tertulectos bajo el sol del membrillo.
Aviso
a navegantes:
Todos
los que seguís este blog conocéis el rigor, la capacidad y acierto en los
comentarios literarios de los tertulectos, todos sabéis qué es el sol… así que
del membrillo mejor no hablamos ¡Vale!
No
vengo a escribir sobre libros, aunque estén presentes. ¿Qué sentido tendría que
para comentar nuestra periódica reunión “tertulecta” me pusiera a escribir
sobre los libros que hemos leído (o no) para la ocasión? Ninguno. De estos
libros hablarán otras y otros: los aplicados. Vengo a hablar del grupo, de las
personas que lo integran, sin señalar, que me inculcaron desde chico que eso
está muy feo. Y si no puedo señalar que es la moda nacional y autonómica ¿qué
puedo decir sobre las personas que componen el grupo “tertulectos” y sobre; la
reunión? Mucho... puedo hablar de la experiencia que he vivido a lo largo de
este año al lado de esta gente. Puedo hablar del miedo a no estar a la altura.
Puedo hablar de la pasión lectora del grupo, de la pulsión escritora de muchos
de sus miembros, de su ambición creadora, de su obsesión por el conocimiento,
del respeto a los autores y sus obras, de su implicación social y su vocación
didáctica... Del compromiso anónimo en pos del bien común, un compromiso de
vanguardia, de atención al entorno actual y su contexto histórico. Esta gente
sabe lo que dice y sobre todo sabe por qué lo dice. Gracias tertulectos, me
habéis dado tanto y he aportado tan poco…
Vayamos
al grano que se acaba el verano
Hoy,
21 de septiembre, somos seis, entre las seis y las siete, en Ramales, como
siempre. El sol que filtra la plaza adelanta San Miguel y su veranillo que
anuncia la flor del membrillo, y que como un rayo lateral trae al recuerdo a
Don Antonio López, maestro de más advocación que el santo arcángel patrón de
esta mini_estación, epílogo de un verano ardiente en todos los sentidos.
Y
hablando de calores, se me suben los colores con el tema que traemos entre
manos: “La identidad personal en el sistema capitalista” Autores invitados y presentes: Margaret Atwood que nos acerca su
novela “Doña Oráculo” y Beatriz Preciado con un artefacto, en forma de libro,
que porta en su interior armas de destrucción masiva. Nos trasladamos de la
terraza de la plaza al interior por Bar_lo_vento para evitar daños colaterales
al abrir “Testo Yonqui”. La tarde se espera movida porque por la puerta
aparecerán en cualquier momento Foucault y Derrida y puede que hasta Houellebecq... Lo de la Preciado parece que también tiene mapas y territorios
(inexplorados).
Empieza
la tertulia el oráculo –de Margaret, claro- y vamos conociendo detalles de la
lectura de la Doña y descubriendo secretos de las “intralecturas” individuales.
El meollo: Un personaje central femenino dotado de todas las características
para el triunfo y con todas las contradicciones de género o atávicas del
machismo circundante. Aquí surge el dilema: … que si la madre fuma… que si el
padre es un pasota… que si los hombres no están a la altura de una gran mujer…
que si esta mujer no está a la altura de sí misma. Lo cierto es que Doña
Oráculo no crece a lo largo de la novela y que la tela de araña montada por
Doña Margaret, a pesar de estar bien tejida, tener el color negro aterciopelado
del mejor hacer literario y de llamar la atención sobre la posibilidad de una
isla, quiero decir de una gran “hembra” ajena al condicionante que el propio
término lleva parejo en nuestra cultura, se queda en casi nada… La Atwood, que
ha seguido todo el debate con interés, al verse inquirida por los tertulectos
se encoge de hombros como diciendo “¿Qué queréis…? ¿Que una novela solucione un
problema ancestral o que me alinee con determinados interese?... Cuento lo que
veo y lo desarrollo desde distintas ópticas… pero no he encontrado la solución
paradigmática.
La Preciado irrumpe como si se acabara de chutar su ración de “testo”, hablando a
dos voces, como una hidra bicéfala. Los tertulectos se reacomodan y comentan
que no saben cómo han conseguido llegar a la página veinte… pero que una vez
alcanzado ese número, aún está paladeando su lectura de forma sosegada. En
pequeñas dosis para evitar alguna “heroicidad”. Valiente, muy valiente… que
look, que enfoque, que disección del oculto devaneo entre el poder de las
corporaciones, los guiños de los medios de comunicación, el seguidismo de los
consumidores… Una cadena de producción perfecta, basada en el cuerpo humano
como única mercancía capaz de generar riqueza. No el cuerpo como motor o
potencia, el cuerpo como principio y como fin… el cuerpo como maquina
eyaculadora en pos del bienestar, de la felicidad, de la diferencia de géneros,
subgéneros y ultra géneros… una segmentación de mercado desde el propio
mercado, consumidores que buscan, esperan y ansían su producto farmacológico,
médico, quirúrgico, bioquímico, cosmético para igualarse al canon o para
diferenciarse… para seguir eyaculando felicidad que retroalimente la cadena
inducida e inductora… “y si no estás convencido pruébalo totalmente gratis”.
Perdona Beatriz, he vulgarizado tanto tus teorías que ni las reconozco tal como
las he leído… ¿pero algo de esto hay en tu libro?... Hija lo tienes todo tan
claro, tan compartimentado… es tal la asepsia que se respira en su interior a
pesar de lo burra que eres y de la mierda que aflora… que uno no sabe como
abreviarlo.
Me
voy, que de Testo sólo he leído cien páginas y a Doña Oráculo ni la he tocado.
A ver si consigo acabarlos antes de que lleguen los “aplicados” con sus
correctos análisis para buscarles las cosquillas o decirles alguna cosilla
amable que yo para hacer algo tengo más indisposición que predisposición.
Texto “Yanqui” de Faulkner (intervenido por mí
mismo, para adaptarlo a mis necesidades)
"Mi única ambición, como persona reservada que soy -dijo
una vez-, es que me borren y echen de la historia, sin dejar rastro, sin más restos
que los libros leídos; ojalá hace treinta años hubiese tenido suficiente
perspicacia para prever lo que iba a ocurrir, como algunos isabelinos, y no los
hubiese leído. Es mi propósito que, vencidos todos los esfuerzos, la esencia y
la historia de mi vida, que en la frase equivalen a mis exequias a mi epitafio,
sean ambas: Leyó libros y murió"
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