Rafael Argullol es un autor prolífico y merecedor de
numerosos premios. Es además catedrático de Estética y Teoría de las Artes en
la Facultad de Humanidades de la Universidad Pompeu Fabra. Y es, en mi opinión,
uno de esos eruditos humanistas que parecen extinguidos de la faz de la Tierra.
Maldita perfección recoge 22 ensayos,
escritos con ese estilo híbrido que caracteriza a Argullol y que combina la
narración con la exposición de ideas y la transmisión de información. En cada
uno de esos ensayos Argullol se detiene en una obra de arte, pero su
exploración se guía por una visión subjetiva, por un viaje interior del autor
desde sus conocimientos previos hasta el descubrimiento de ese elemento
transcendental que esa obra en concreto posee.
El subtítulo del libro, “Escritos
sobre el sacrificio y la celebración de la belleza”, debería arrojar luz sobre
las intenciones del autor al elaborar esa compilación. Si bien las conexiones
con el sacrificio son oscuras, lo que sí brilla en un ensayo tras otro es la
celebración de la belleza en relación con el arte.
“El arte vela y revela al mismo
tiempo la verdad de las cosas: el
enigma”, dice Argullol. Y eso es lo que hace el autor en sus ensayos, si bien
indirectamente, porque no es él quien nos revela los enigmas, sino el que nos
lleva de la mano y nos hace partícipes de las propias revelaciones que él mismo experimenta ante una selección de obras de arte que incluyen tanto obras
pictóricas como obras literarias de distintos estilos y épocas.
Si tuviera que recomendar algunos de
los ensayos, recomendaría en primer lugar el de “Meditación en torno a un
cuerpo yacente”, en el que el autor nos narra su primer enfrentamiento a un
cadáver para acabar hablándonos de su encuentro con El Cristo de Mantegna, un
cuadro en el que el pintor tuvo el magnífico acierto de retratar el cuerpo de
Cristo tumbado sobre una mesa y visto desde los pies, una forma sumamente
original de realizar un retrato, pero más aún de mostrarnos a la figura de Jesucristo. Argullol define ese instante como: “el momento más humano
de Cristo. No hay otro en el que esté tan desprotegido”. Y es precisamente esa
humanidad, esa vulnerabilidad máxima, la que nos acerca al cristianismo primitivo, al del hombre que quiso
sacrificarse y que puso al alcance de los pobres el reino de los cielos.
Muy recomendables son también los
ensayos sobre El jugador de
Dostoievsky, donde Argullol pone de relieve la anatomía de una pasión por encima de otros aspectos formales de una novela escrita en 21 días, o sobre El Gatopardo, de
Lampedusa, una de las pocas novelas contemporáneas en las que el protagonista tiene rasgos de héroe clásico. Claro que también es posible que me hayan gustado a mí más simplemente porque son obras que
me gustan. En realidad, hay ensayos para todos los gustos y todos ellos tienen algo que descubrirnos.
Que alguien quiera hoy contarnos hoy
una experiencia estética, que haga además semejante despliegue de sabiduría y
conocimientos, puede resultar excesivo e incluso suscitar cierto desasosiego,
pero merece la pena. El esfuerzo de detenernos un poco y dejarnos abrumar por la erudición de Argullol nos compensará con el placer de acompañarle de enigma en enigma.
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