La lectura de
Leviatán no es tarea fácil. Y no lo es, sobre todo, porque la mayoría de los
temas que trata han sido ampliamente superados y ofrecen poco interés para el
lector actual. Dicho esto, esta obra, publicada en 1651, es una de las más
importantes de la historia de la filosofía política y cabe preguntarse
entonces ¿por qué? La respuesta está en que Hobbes esboza aquí por vez primera en esta obra el
concepto del contrato social, sobre el que se sustentan nuestras formas actuales de
gobierno.
Hobbes parte
de la base de que sin un Estado viviríamos en una guerra de todos contra todos –por
cierto, que esta es la frase que figura en el libro, la famosa de “el hombre es un
lobo para el hombre” no la he encontrado por ninguna parte-. Según él, hay tres
razones que llevan al hombre a luchar contra sus semejantes. La primera, la más
obvia, es la competencia. Cuando dos hombres quieren la misma cosa, la lucha
parece inevitable. La segunda es la desconfianza. Cuando un hombre, por fin,
tiene una cosa, teme que otro pueda quitársela y antes de que eso ocurra ataca a
los demás. La tercera, la más extraña y en la que Hobbes no profundiza, es la
gloria. Pero es evidente que en esas guerras, el hombre también puede perder la
vida y de ahí que pueda preferir “buscar la paz mientras sea posible”. Es en ese momento cuando el conjunto de los hombres puede decidir construir un hombre artificial, que
sería el Estado.
Hobbes nos
habla de los distintos tipos de gobierno: monarquía, oligarquía y democracia,
pero prefiere la primera. Cabe decir que a Hobbes le tocó vivir la guerra civil
inglesa entre los monárquicos anglicanos y los republicanos puritanos dirigidos
por Oliver Cromwell. No debió de gustarle lo que vio porque su conclusión fue que
cualquier gobierno, por tiránico que fuera, era mejor que la anarquía y la
guerra, y no sería justo que quienes no hemos pasado por eso se lo reprocháramos.
Hobbes se convierte así en un defensor a ultranza de la monarquía, es más,
preconiza la monarquía absolutista y considera que una vez los hombres deciden
entregar el poder al Estado, ese poder es irrevocable. De ahí el nombre que
Hobbes da a su libro, Leviatán, un monstruo marino del Antiguo Testamento, cuya
fuerza es superior a la de todos los hombres juntos. La monarquía, como el
Leviatán, ha de ser fuerte, poderosa y temible. Del mismo modo, las leyes, a
las que Hobbes compara con cadenas artificiales, son inquebrantables, y los
hombres que han aceptado la existencia de la monarquía deben acatarlas sin
rechistar. Hobbes no admite la libertad de conciencia, por el mismo motivo, para
evitar la anarquía y el desgobierno. Los pactos, según Hobbes, hay que
cumplirlos.
Hasta aquí,
todo parece bastante reaccionario, está claro, pero lo cierto es que el
Leviatán es también innovador ¿qué hay en Hobbes de revolucionario? Lo
novedoso, lo rompedor en la obra de Hobbes es que echa por tierra la teoría
utilizada hasta entonces por los dignatarios del derecho divino. El pensamiento de
Hobbes es pionero en el reconocimiento de que el poder del Estado proviene de
sus ciudadanos. El rey es rey porque se lo piden sus súbditos, quienes le
otorgan poder y privilegios, pero exigen algo a cambio y es que se
les garantice su seguridad. Si el rey no fuera capaz de brindarles protección,
sería lícito derrocarlo.
Cabe decir que
en Leviatán hay también capítulos enteros dedicados a las sensaciones, las
imaginaciones, el lenguaje, las pasiones, la religión, la naturaleza, o las
virtudes y defectos de los hombres. Toda esa parte es la que me ha
parecido más ardua, por las razones obvias de que nuestros conocimientos sobre
la psicología humana son hoy ampliamente superiores y de que los usos y
costumbres de nuestra época, afortunadamente, distan mucho de los de entonces.
Por todo ello,
la lectura de Leviatán puede ser árida, pero resulta interesante entendida como un viaje a la infancia del Estado, a los miedos originarios al caos y a la guerra, y al descubrimiento de uno de esos hombres que a lo largo de la historia han ido cambiando la forma de entender el poder.
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