Esta
no va a ser una reseña al uso. Tampoco lo es el libro de Slavoj Žižek. Aun
siendo escueto y aparentemente simple, a medida que se lee se encienden tantas bombillas como en la inauguración de una feria andaluza. El
autor, de nacionalidad eslovena, es investigador de la Universidad de
Liubliana, catedrático de la European Gradute School, director de Birbeck
Institute for the Humanities de la Universidad de Londres, y uno de los
ensayistas más polémicos de nuestros días. Autor prolífico donde los haya,
seguidor de las teorías de Lacan y de Marx, Žižek posee una forma peculiar de
argumentar, criticada por falta de rigor por algunos filósofos, basada en la sucesión de ensayos aparentemente inconexos que, mediante ejemplos y paralelismos claros, van
vapuleando al lector hasta el K.O. final, donde este cae rendido a sus argumentos. Así ocurre con En defensa de la intolerancia, un libro publicado en 1998 cuyas palabras, entonces tal vez especulativas, ofrecen una clarividente visión de lo que hoy por hoy lamentablemente observamos con descarnada realidad. Por eso, es imposible no establecer, al leer cada capítulo, algunos paralelismos
con los acontecimientos más recientes.
Empecemos
por el primer capítulo, titulado “La hegemonía y sus síntomas”. En él, Žižek afirma que cualquier concepto
ideológico de alcance universal puede ser hegemonizado por un contenido
específico que acaba “ocupando” esa universalidad, es decir, se busca una
distorsión y se viste del ropaje de lo “típico”. Es fácil pensar en ejemplos que corroboren su afirmación. ¿No encajaría bien ahí, por ejemplo, la imagen de los funcionarios o de los servicios públicos que a menudo se intenta difundir?
Pasemos
al segundo, “¿Por qué las ideas dominantes no son las ideas de los dominantes?” Žižek nos explica aquí que toda ideología necesita de una “no ideología”, a la
que llama también momento utópico. Es decir, toda ideología, según el autor, se
compone de un contenido específico, que expresa los intereses de las fuerzas
dominantes, y de un contenido popular, que expresa el anhelo íntimo de la
mayoría. Y aquí podemos volver de nuevo al tema de las privatizaciones que, si bien benefician a determinados intereses, ¿no despiertan también entre los ciudadanos un anhelo por el que muchos estarán
dispuestos a dejarse llevar?
En
el tercer capítulo, Žižek traza un cuadro de distintos modelos de política: la
ultrapolítica, la archipolítica, la parapolítica, la metapolítica y la
post-política. Según el autor, nos encontramos en la era de la post-política,
donde los tecnócratas colaboran con los multiculturalistas liberales y se busca
la negociación y el consenso. Esta, que podría haber sido la situación con el
gobierno laborista británico al que hace referencia, no es, por desgracia, nuestra situación actual, donde podríamos haber retrocedido a grandes zancadas hacia
el anticuado modelo de la archipolítica donde, de nuevo según el autor, la
sociedad es considerada como un cuerpo y los conflictos no son sino
enfermedades que hay que superar. Me llama la atención que el autor critique
esa post-política en la que lo bueno es “lo que funciona”, porque, a día de
hoy, ese parece un ideal inalcanzable. Pero para Žižek, ese sería un arte de lo posible, cuando la verdadera política es “el arte de lo imposible”.
Un
rasgo característico de esa sociedad en la que la política no ocupa ya un lugar
central es el de la violencia excesiva y gratuita, algo que a menudo vemos en
los Estados Unidos o que hemos podido presenciar hace pocos años cuando los
jóvenes londinenses saquearon las tiendas del centro de la ciudad. Otro de los fenómenos frecuentes es el que se esboza en el capítulo titulado “La
tolerancia represiva del multiculturalismo”, donde se habla del
resurgir de las diferencias culturales o de los nacionalismos ante la
impotencia que los ciudadanos sienten frente a un capital ciego, desvinculado
de sus orígenes, con los que ha cortado el cordón umbilical y que extiende sus
tentáculos ignorando las fronteras.
En
el capítulo titulado “Por una suspensión de izquierdas de la ley”, el autor
invoca el concepto de “suspensión política de la ética” de Kierkegaard. No
explica en qué sentido debería producirse esa suspensión, aunque avisa de que
no es suficiente desarrollar luchas particulares dejando intacto el proceso
global del capital.
Y
ahí llega la parte más interesante del libro, la que titula “La sociedad del
riesgo y sus enemigos”. Es ahí donde advierte de la inexistencia de un poder planetario, un destino, o un mercado: nadie lleva las riendas. Además, nos enfrentamos
a riesgos de gran alcance: la pobreza, la exclusión, la sustitución por
máquinas, la clonación, los accidentes nucleares, el cambio climático y ante
todo eso tenemos que tomar decisiones sin contar con la suficiente información. Žižek apela ahí a Marx y a su aspiración de una sociedad regulada por la
“inteligencia colectiva”. Para el autor, son los afectados los únicos que
pueden decidir, más aún cuando, como dice, la autoridad simbólica se ha
desintegrado y los amos son gente corriente, como Bill Gates o Steve Jobs.
Muy
interesante también, aunque algo desvinculado del resto, es el capítulo
dedicado a la sexualidad, donde se abisma en los experimentos de clonación y la
posibilidad de clonar no solo un cuerpo, sino también un alma humana, o en el
consumo del viagra, que hace que la excitación sexual deje de
estar sujeta a una naturaleza inexplicable.
Por
último, el colofón se encuentra en el capítulo titulado “¡Es la economía
política, estúpido!”. Ahí recuerda el autor a la Escuela de Frankfurt, que ya
en los años 30 argumentaba que precisamente entonces, cuando los ciclos incontrolables
del mercado empezaban a determinar el éxito o el fracaso del productor, era
cuando se empezaba a idolatrar al “genio de los negocios”, atribuyéndole un don
especial para descubrir aquellos mecanismos inexplicables que creaban o
destruían la riqueza. Volviendo al genio de Bill Gates, el autor se pregunta
por qué no se intenta averiguar no tanto qué hizo Bill Gates para amasar su
fortuna, sino ¿qué sistema permitió que lo hiciera? ¿Cómo está estructurado el
capitalismo para que un solo hombre pueda alcanzar un poder tan desmesurado? Lo
que Žižek nos pone ante los ojos es la incapacidad, la ineptitud o la desidia
de la política actual ante la economía, con las consecuencias que ahora estamos
sufriendo. Lo que el autor defiende, ante todo, es la repolitización de la
economía.
Žižek cierra el libro con una metáfora de la sociedad actual a la que compara con un
tamagochi, un aparato que reclama, que exige, pero que en realidad es
totalmente pasivo. Esa relación de “interpasividad” que Žižek denuncia es seguramente
la que ahora está cambiando. La historia demuestra que hace falta un desastre
para que las cosas cambien: el derrumbe financiero, la crisis generalizada, el
recorte de las libertades, el desmantelamiento del estado del bienestar están
movilizando a la sociedad, y esa interpasividad se está convirtiendo en interactividad.
Ahora, cabe esperar que sea posible alcanzar un estadio en el que política y
ciudadanía puedan ir de la mano y juntas trabajar para poder encarar de veras los retos colosales a los que nos vamos a tener que enfrentar.
Reseña recomendada: En defensa de la intolerancia
Reseña recomendada: En defensa de la intolerancia
Gran trabajo el que nos compartes es todo un gusto visitarte.
ResponderEliminarOjo! Es esloveno, no eslovaco! Y la capital de Eslovenia, se escribe, en castellano, Liubliana.
ResponderEliminarGracias por la reseña, habrá que leer el libro!
Que gran aporte, pocas veces se comparte este tipo de contenido, ya que a la gente no le gusta leer temas que mejoran la cultura personal e intelectual.
ResponderEliminarSaludos.