Hablamos mucho, como siempre, pero de otras cosas.
Una tarde calurosa, el final de la semana de trabajo, llegamos apresurados, sudorosos, y aún
así, preferimos la terraza y una cerveza fresquita. No parece que tengamos
muchas ganas de entrar en materia, y es comprensible, porque los tiempos no
están para existencialismos, y hay tantas cosas de que hablar... Hablamos del
deterioro de nuestro estado del bienestar, de la disminución de nuestro poder
adquisitivo, de la injusticia en el reparto de los sacrificios, de los
políticos corruptos, de los banqueros sin escrúpulos, de la burbuja inmobiliaria. Hablamos, en fin, de un
momento histórico en el devenir de nuestro país y, en general, de Europa, la
abanderada hasta hace poco de la justicia social y de la democracia. Cuando todo se tambalea, resulta difícil preocuparse por un drama tan
absurdo como el de esos niños, inquietos y asociales, de El mar, de John Banville.
Cuando por fin le hincamos el diente al libro, hubo acuerdo en cuanto a la belleza de la
prosa y en cuanto a su maestría para hilvanar presente y pasado,
yendo de un momento a otro de la historia de una forma fluida, sin cortes
bruscos, devolviendo al ayer toda la contemporaneidad que en ocasiones adquiere
el recuerdo.
El protagonista de la historia, tras la muerte de
su esposa, emprende un viaje, acompañado de su hija, al pueblo en el que pasó
una parte de su infancia. Creo que a todos nos desazonó el desapego de protagonista hacia la vida, su
falta de interés por su trabajo, a pesar de haberse dedicado a escribir sobre
arte, y por sus familiares (su madre, su mujer, su hija). Mencionamos, en su
descargo, la apatía que genera la muerte de un ser querido.
Y de ahí pasamos ya a hablar del libro de Sartre, El existencialismo es un humanismo, y
de su defensa de la responsabilidad individual. No entramos en detalles. No
hablamos de si es justo atribuir a todos el mismo grado de responsabilidad, ni
de si la libertad es igual para el que puede elegir entre cincuenta profesiones
distintas y la del que puede elegir ir a la mina o no. Pero sí nos gustó la idea de que nuestros actos, decididos libremente, no afectan solo a uno mismo, sino al conjunto de la sociedad.
Bajo este nuevo prisma, encontramos en el personaje
de El mar frases calcadas del libro
de Sartre: "nada puede salvarnos de nosotros mismos", medita el protagonista,
quizás responsabilizándose de la muerte de sus amigos, que presenció impasible.
Su inacción, a la luz del libro de Sartre, se convierte en responsabilidad, y
esa inacción parece ser la pauta que ha marcado su vida, una vida en la que se
ha dejado llevar, dedicándose a escribir, indolentemente, una
vida en lo que no parece haberse implicado en ningún momento, ni con su madre, ni
con su mujer, ni con su hija. Y es tal vez esa inacción y esa falta de
compromiso la que le socava por dentro.
Atando cabos, tal vez podamos derivar de ahí un
llamamiento a la acción y a la responsabilidad, a no descargar nuestra culpa en la inercia colectiva o en
las imposiciones externas. Y así, entre el viaje interior al pasado y la arenga al compromiso, cerramos inconscientemente el círculo con
nuestra improvisada conversación inicial.
Inevitablemente todas las conversaciones terminan tratando de lo que nos está pasando.Magnifico resumen para los que no pudimos ir.
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