Consideraba E. P. Thompson, el
gran teórico renovador de las ideas sobre las clases y la configuración de las
sociedades industriales capitalistas, que había que prestar una particular
atención a la “experiencia” de los protagonistas, y que las teorías, en
especial las grandes teorías y los grandes conceptos, sólo son válidos en la
medida en que ayuden a entender las vivencias, emociones, prácticas diarias, o
relaciones entre las personas concretas, en su momento concreto.
Owen Jones, en su “Chavs: la
demonización de la clase obrera”, prescinde por completo de las grandes
teorías, y se centra en las dos caras de la experiencia de la clase trabajadora
en el Reino Unido actual: cómo la clase obrera, o mejor, los integrantes de esa
clase, se percibe a sí misma, cuáles son sus aspiraciones, condiciones de vida
y obstáculos para su mejora, y cómo la clase dominante percibe, o quiere
percibir, a esa clase trabajadora.
No se ocupa el autor de ninguna
teoría sobre las clases, sino de cómo la realidad de la clase, que mantiene su
plena vigencia en la realidad contemporánea, es vivida en su concreción, y en
cómo las modificaciones en la realidad de la estructura económica y productiva
de la sociedad han determinado que se llegue al punto actual.
Ya desde el título, el autor
otorga un papel clave a la construcción de la imagen de la clase trabajadora. El
texto analiza con detalle tanto esa construcción como las consecuencias que se
derivan de ella: cómo para la puesta en marcha del programa de cambio de la
sociedad a la que aspiraba el Partido Conservador con la llegada de Thatcher al
poder se conjugan las medidas directas de ataque a la clase trabajadora (ataque
al sector minero, al sector industrial, promoción del sector financiero,
traslado de las cargas impositivas desde los sectores más adinerados a los
menos) con los ataques a la propia condición de la clase trabajadora.
El poder insiste una y otra vez,
a través de sus múltiples canales de control de los medios de comunicación, en
que “las clases no existen”, “todos somos clases medias”, en que las malas
condiciones de vida son estrictamente individuales, culpa de quienes se
encuentran en esa situación, y que estas personas que no se han incorporado a
la clase media deben “aspirar” a esa integración, abandonado su clase.
La sociedad, según estos
mensajes, estaría formada por una omnipresente clase media y un grupo de
inadaptados, vagos, aprovechados, incapaces, que, por sus propias
características, han quedado al margen de la corriente social mayoritaria. Se
sigue de esta concepción de la sociedad que no hay ninguna obligación, ni
política ni ética, de tomar medidas desde el poder para mejorar las condiciones
de vida de la clase trabajadora, ya que no existiría tal clase, y los
marginados de la sociedad lo son por sus propias insuficiencias y falta de
ambición.
Esta imagen, esta demonización,
es la que el autor combate, eficazmente en el texto, mostrando sus mecanismos
de elaboración y difusión y desmontando sus argumentos. La clase trabajadora
existe, es numerosa, tiene problemas identificables, y es víctima, y no
culpable, de su situación; situación que puede y debe mejorarse, para atender a
las necesidades concretas de personas concretas.
No es realista supeditar la
mejora de las condiciones de vida a una salida de la propia clase, sino que
debe trabajarse por mejorar las condiciones de vida de la clase trabajadora en
su conjunto, aunque sigan siendo clase trabajadora. Tras la segunda Guerra
Mundial, el gobierno laborista liderado por Atlee y Bevan se centró en ese objetivo,
y creó el estado de bienestar británico.
Un estado de bienestar cuya
historia, con sus victorias y sus insuficiencias, es una historia globalmente
de éxito. La clase trabajadora obtuvo viviendas en condiciones dignas, atención
sanitaria universal, y trabajos estables con sueldos aceptables y condiciones
duras, pero que proporcionan medios de vida suficientes, gracias en parte a
unos sindicatos con poder en la gestión de las relaciones laborales. Los
laboristas tenían un modelo social, y lo fueron poniendo en marcha, ganando la
batalla de las ideas, de modo que los conservadores, cuando ganaron elecciones,
debieron limitarse a administrar y gestionar, sin discutirlo, ese estado de
bienestar que se fue consolidando.
En los últimos años la situación
es la inversa. El modelo social representado por Thatcher acaba con el modelo
social anterior, y es aceptado por los laboristas, que en su largo periodo de
ejercicio de poder no sólo no revierten las medidas conservadoras, sino que,
gestionándolo, profundizan en el modelo, con mejoras puntuales, pero no
estructurales, para los sectores desfavorecidos.
Bajo el “Nuevo Laborismo”, la
minería productiva, la manufactura industrial, las viviendas sociales, los
sindicatos, los sueldos de los trabajadores, la estabilidad en el puesto de
trabajo, siguen siendo objeto de ataques ininterrumpidos; la clase obrera sigue
siendo demonizada, y la insistencia en que “todos somos clase media” se
extiende.
El autor huye voluntariamente de
generalizaciones y construcciones teóricas, analizando la situación concreta
del Reino Unido en la actualidad. Sin embargo, sí ofrece una caracterización
genérica de quienes considera integrantes de la clase trabajadora (quienes
viven de vender su fuerza de trabajo, y tienen poco o ningún control sobre sus
tareas laborales) y sobre las principales necesidades que deben atenderse.
La clase trabajadora necesita
viviendas en número y condiciones adecuados; trabajos estables y bien
remunerados; sindicatos con capacidad de intervención en el puesto de trabajo;
educación y sanidad de calidad de acceso universal. Tales medidas son, para el
autor, factibles y realistas, aunque precisan, antes de nada, de un
reconocimiento de que la clase trabajadora existe, de que esos sectores
sociales no son culpables de su situación y sí dignos de atención, y por tanto
pensar en sus necesidades, poniéndolas dentro del debate público y político.
Para ello debe dejar de ser
aceptable la ridiculización pública de la clase trabajadora, como lo es la de
cualquier otro colectivo. Debe detenerse la proliferación de los estereotipos,
y el conjunto de la sociedad debe empezar a ver ejemplos de clase trabajadora
bajo una luz positiva.
Ambos conjuntos de actuaciones,
las políticas y las periodísticas, están obstaculizadas por el hecho de que la
inmensa mayoría de los políticos y periodistas proceden, en la actualidad, de
sectores privilegiados de la sociedad, y no pueden, salvo con un gran esfuerzo
personal, identificarse, ponerse en el lugar, entender, las preocupaciones y
los motivos de actuación de la clase trabajadora.
El autor tiene como objetivo
declarado volver a situar en la agenda pública la idea de clase como uno de los
elementos de análisis de la realidad. Y, a pesar de algunos altibajos,
argumenta convincentemente su postura. Si bien su análisis está restringido al
Reino Unido, no es difícil aplicar los análisis a otros lugares. Un libro que
difícilmente decepcionará a sus lectores.
No he leído el libro (aún) pero por lo que recuerdo que se habló en la tertulia sobre las clases sociales, me parece un resumen perfecto del libro. Gracias, Pablo.
ResponderEliminarNo he leído el libro (aún) pero por lo que recuerdo que se habló en la tertulia sobre las clases sociales, me parece un resumen perfecto del libro. Gracias, Pablo.
ResponderEliminar