19 de mayo de 2012

"EL PUÑO INVISIBLE" de Carlos Granés


"EL PUÑO INVISIBLE, arte, revolución y un siglo de cambios culturales" de Carlos Granés.
Editorial Taurus.
Premio de Ensayo Isabel de Polanco 2011

Sábado por la mañana, muy temprano. Desde mi mesa veo cómo asoman, por sobre el peto de la terraza,  las esculturas que coronan el remate de la fachada monumental de San Francisco El Grande, obra de Sabatini, inmenso artista. Detrás veo el arranque de la cúpula, de Antonio Plo, otro artista. Y todo sobre el proyecto de Francisco Cabezas. Van tres artistas para una sola obra. El arte como proyecto unitario que se desarrolla en el tiempo, al margen de sus protagonistas, para crear una obra única. Estamos hoy tan acostumbrados a las estrellas del arte, a los Barceló, los Foster, los Koons o los Calatrava, que parece imposible pensar en un artista como parte de un equipo o de un proyecto cuyo fin único no sea la exclusiva propagación de su obra o el premiar a tal o cual museo o a tal o cual ciudad con el privilegio de que tales genios desciendan de las alturas para dignarse a soltar unas migas de su arte sobre nosotros, simples mortales. Artistas únicos e individuales. Como ejemplo recordemos la pataleta en forma de demanda que Calatrava puso contra Isozaki por osar atreverse a completar una obra suya en Bilbao para corregir alguno de los habituales fallos y carencias del valenciano. Y sin embargo, el arte constituye, a pesar de todo y de todos, un proyecto único de la humanidad, que se ha desarrollado linealmente reflejando con fidelidad el devenir político y social del hombre y en el que cada individuo que se atrevió a intentarlo, aportó su parte para el avance de la obra total. 


 Tal vez sea esa una de las conclusiones que puedan sacarse tras leer el ensayo de Carlos Granés “El Puño Invisible”. El libro desarrolla durante casi cuatrocientas de sus cuatrocientas sesenta y cinco páginas, una historia detallada y muy bien escrita de las vanguardias artísticas y culturales del Siglo XX, haciendo hincapié en los procesos de gestación de sus ideas, el desarrollo de los grupos que las formaron, su obra y su final o su transformación en nuevos movimientos. Queda patente cómo el afán de separarse de la corriente, el romper con la cultura oficial y el diferenciarse de los otros que lo intentan, no hace más que continuar la línea temporal de ese proyecto artístico total del que hablábamos.


Pero quizás el punto más interesante de su tesis, y lo que justifica su lectura, es la manera en que nos revela el proceso de incorporación, por parte de la sociedad, de las ideas básicas de las diversas vanguardias al uso y la vida del común de la gente, desactivando su carga ideológica, desarmando su afán revolucionario y transformándolas, en última instancia, en objeto de consumo y, cómo no, en dinero contante y sonante. Es interesante también, y merece debatirse en profundidad, la idea que propone que las vanguardias de principios de siglo XX exigían un futuro; las de la postguerra, los sesenta y los setenta luchaban por un presente y las de hoy (15M, etc) reclaman no quedarse fuera del sistema, reclaman el derecho a la burguesía, o sea, reclaman el pasado.

Lo más logrado del trabajo de Granés puede estar en cómo nos presenta y nos permite entender simultáneamente, por ejemplo, el escándalo social que supuso en su tiempo la irrupción de Dadá, el urinario de Duchamp o las primeras perfomances surrealistas, a la vez que nos hace reconocer la indiferencia absoluta que nos provocan hoy, como sociedad, las obras de autoflagelación de Marina Abramovic o los cadáveres de animales flotando en formol de Damien Hirst. Un espectador distraído puede impresionarse al presenciar ingenuamente alguna de estas obras pero lo que de verdad asombra y moviliza a la sociedad actual es que alguien pague diez millones de dólares por un tiburón metido en una vitrina llena de formol. Por cierto, dicha obra se llama La imposibilidad física de la muerte en la mente de algo vivo (The Physical Impossibility of Death in the Mind of Someone Living).


Por otro lado, y siendo verdad que muchas de las vanguardias se deshicieron sin dejar una obra significativa o unos tratados teóricos sesudos que sirvieran de apoyo a sus actividades, y que casi todas ellas acabaron colaborando en la instauración de lo que se está dando en llamar “la cultura del espectáculo”, lo que incomoda o no llega a convencer del libro de Granés es la simpleza de algunas conclusiones que parecen asomar del texto sugiriendo que las vanguardias solo fueron unos fogonazos deslumbrantes provocados por unos pirómanos que no dejaron más que cenizas y que los artistas que destacaron y perduraron en el pasado siglo lo hicieron una vez que se desvincularon de ellas, ya que de esa manera se está negando el inmenso poder movilizador que tuvieron estos movimientos, la casi incombustible voluntad de cambiarlo todo de la manera que fuera y, quizás sí en menor medida, los grandes creadores que se acercaron al arte a través de ellas y legaron una obra que existe gracias a esa chispa que encendió la mecha vanguardista.

Atraviesa la obra de Granés un cierto tufillo conservador. Demasiados calificativos despectivos se deslizan sutilmente sobre muchos de los protagonistas de las vanguardias y muchas anécdotas ridículas o por lo menos absurdas ejemplifican sus derroteros como para suponer imparcialidad en las valoraciones que hace. En esta línea y a día de hoy, no parece casual la encendida reseña recomendando el ensayo de Granés que Vargas Llosa hizo desde las páginas de El País en diciembre pasado:

Un par de meses después de esa reseña aparece el nuevo libro del Nobel titulado “La Civilización del Espectáculo” donde, según las críticas aparecidas, abundando en el concepto esbozado en el ensayo de Granés, se dedica a lamentar la falta de una Alta Cultura y a, como poco, desconfiar de las nuevas tecnologías y sus aplicaciones culturales. En síntesis, antes éramos más cultos, los ordenadores nos estupidizan y  la cultura de masas es cuando menos sospechosa. A este respecto es interesante y muy revelador el artículo de Jorge Volpi, también en el El País, sobre el libro de Vargas Llosa:

Y pienso en Freud: hay que matar al padre.

El arte es ruptura, es investigación, es rebeldía, es innovación. Desconfiar de cualquiera de esas premisas es negar su propia esencia y es allí donde parece hacer aguas el ensayo de Granés. Nos deja la sensación de que “artistas eran los de antes” y que todos esos vanguardistas eran unos irresponsables, anarquistas, melenudos o terroristas que no practicaban una forma de arte alternativo si no solo una forma de política contestaria.

Estas verdades absolutas y los lamentos por el pasado, me hacen recordar temerosamente a la inscripción que ostenta el siniestro monumento a Eugenio D’Ors, Jefe Nacional de las Artes en el primer franquismo, y que, lamentablemente, aún se levanta en el Paseo frente al Museo del Prado,  desde donde pontifica a los cuatro vientos algunas barbaridades como que la política debe ser católica, que la cultura solo es una y, para rematar, que “todo lo que no es tradición es plagio”, negando de esta manera la posibilidad y el derecho a cualquier intento de investigación artística individual, a cualquier atisbo de rebeldía respecto de lo establecido y, en resumen, a cualquier posibilidad de generar arte de verdad. Alguien debería poner junto al monumento un panel informativo que cuente quién fue este personaje y lo que su pensamiento representa para que ningún distraído tome sus palabras como ciertas. O demolerlo en nombre de la Memoria Histórica. Eso hubieran hecho, con justicia, muchos vanguardistas del siglo XX.

El libro de Granés revela una gran investigación y un trabajo inmenso pero debe ser leído sin olvidarse que las vanguardias surgen para señalarnos que algo no funciona.

2 comentarios:

  1. Muy buena reseña. El otro día acabamos hablando del 15-M y vimos lo que Granés decía al respecto. Nos pareció injusto. Es cierto que el 15-M mira al pasado, y mucho, pero no tanto a los hechos del pasado como a las teorías. El 15-M no quiere hacer tabula rasa, quiere un mundo más justo, más equitativo y a la vez más libre, y encuentra en las teorías de otras épocas ideales que aún no se han alcanzado. El 15-M tiene además muy en cuenta el presente, es consciente de que las cosas ahora no son como antes, juega en otro campo y con otras armas. Y mira también, por supuesto, al futuro, sobre todo porque incorpora muchas preocupaciones medioambientales y porque busca en las nuevas tecnologías nuevas formas de desarrollar el gobierno de las sociedades y el ejercicio de la democracia. No fuimos capaces de ver aún quiénes son o quiénes serán los artistas que producirá este movimiento. Es posible que sean como todo el movimiento, artistas anónimos, artistas que rehúyen la fama y el dinero, artistas que buscan su reconocimiento entre sus grupos de amigos... Tiempo al tiempo.

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  2. Las vanguardias no surgen para señalar nada. El dedo que saca un moco también apunta a algún sitio. Todo contiene bastante agua. Por fortuna Granés escribió este libro. Una gota en el océano. Bien por reseñarlo Claudio...en su día.

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