
Barbara
Ehrenreich expresa esto de forma admirable y, aunque se centra en la realidad
estadounidense, coincido con ella en todo. Estamos ante un ensayo inteligente,
persuasivo, muy bien documentado, en el que la autora, sin defender el derrotismo,
al contrario, demostrando el espíritu de lucha que siempre le ha acompañado,
desmonta todos y cada uno de los tópicos al uso que nos obligan a sentirnos
culpables sin motivo y, lo que es peor, a aceptar injusticias, incompetencias y
cualquier otra eventualidad procedente de quienes toman decisiones, sin
protestar, porque sabemos que está muy mal visto no recibir con una sonrisa todo cuanto nos ocurra. De ese modo, los líderes de cualquier ámbito se
aseguran una sociedad de borregos y los coaches
se forran como conferenciantes y autores de best
sellers, la mayoría de las veces con la ayuda cómplice de aquellos a
quienes justifican.
El
(mal) llamado pensamiento positivo hunde sus raíces en la austeridad religiosa
del calvinismo decimonónico –oponiéndosele, pero conservando al mismo tiempo su
esencia– y se extiende por los campos más diversos: la religión, la empresa,
psicología y psiquiatría, asociaciones de todo tipo (de pacientes, desempleados,
adictos a lo que sea) o bien justifica y marca las pautas del liberalismo
económico.
Quizá sea ese el efecto más peligroso de esta línea de pensamiento, pues da lugar a una aceptación acrítica de cualquier consigna del poder, produciendo un conservadurismo generalizado que no es otra cosa que resignación pasiva, sin ninguna base ideológica. El más demencial consistiría en esa faceta mágica que ha logrado convencer hasta a las mentes más conspicuas de que las visualizaciones concretas y, en general, una confianza ciega en un futuro mejor, atrae hacia nosotros cualquier bien material que deseemos y consigue hacer reales los –más o menos fantásticos pero siempre agradables– panoramas que a veces fabrica nuestra mente. Tan absurdo como eso, pero la gente, en todas las situaciones pero sobre todo cuando está desesperada, puede llegar a creerse cualquier afirmación que le convenga, siempre que se presente ante sus ojos con el envoltorio más adecuado y seductor.
Quizá sea ese el efecto más peligroso de esta línea de pensamiento, pues da lugar a una aceptación acrítica de cualquier consigna del poder, produciendo un conservadurismo generalizado que no es otra cosa que resignación pasiva, sin ninguna base ideológica. El más demencial consistiría en esa faceta mágica que ha logrado convencer hasta a las mentes más conspicuas de que las visualizaciones concretas y, en general, una confianza ciega en un futuro mejor, atrae hacia nosotros cualquier bien material que deseemos y consigue hacer reales los –más o menos fantásticos pero siempre agradables– panoramas que a veces fabrica nuestra mente. Tan absurdo como eso, pero la gente, en todas las situaciones pero sobre todo cuando está desesperada, puede llegar a creerse cualquier afirmación que le convenga, siempre que se presente ante sus ojos con el envoltorio más adecuado y seductor.
Personalmente, considero un error estratégico –seguramente
solo para la mentalidad europea, no para la americana, que es a quien va
dirigido– que Ehrenreich comience su trabajo
relatando su propia experiencia.
Más allá del Atlántico puede constituir un cebo para el lector; por estos
lares, creo sinceramente que le quita categoría a la obra desde mucho antes de
haber entrado en materia. Habrá quien lo abandone antes de tiempo por parecerle
un mero testimonio sin ninguna consistencia teórica, además del negativo de un
manual de autoayuda. Nadie puede intuir que, tras ese alegato –todo lo cargado
de razón que se quiera– contra el folclore que rodea al cáncer de mama, vaya a
encontrar un estudio tan completo de los orígenes, trayectoria histórica, alcance
desmesurado, causas, consecuencias, falacias demagógicas y demás, con un rigor
argumentativo irreprochable.