
El ensayo es una mezcla de datos periodísticos,
vivencias personales y reflexiones. La
cantidad y la dimensión de las circunstancias
que relata consiguen sorprender al lector a pesar de lo
acostumbrados que estamos a leer este tipo de noticias. Muñoz Molina emplea una prosa de ritmo rápido
y saciante, como si estuviera enfadado y pretendiera agotarnos y demostrar hasta qué punto hemos vivido hipnotizados en
un delirio colectivo. Pero también
intercala anécdotas y vivencias personales que relajan la lectura y que son fruto de las
relaciones que ha mantenido con políticos y representantes públicos. A través
de ellas, reflexiona sobre su idea de la
sociedad española, y lo hace con la
perspectiva propia de alguien que ha
vivido fuera de nuestro país y conoce otras realidades.
Hay dos ideas, que en mi opinión, subyacen en toda
la obra. Una de ellas es lo lejos que está nuestra sociedad de una auténtica
libertad de expresión. Para expresarse libremente, lo primero hay que tener voluntad de pensar. Todo lo que era sólido describe una
sociedad maniquea y tribal en la que hay que acogerse al discurso del grupo y
donde cualquier discrepancia con los próximos se considera una traición en
lugar de una oportunidad para discurrir y hacer crecer nuestro pensamiento. Valoramos tan positivamente
la vehemencia en el habla que la identificamos con espontaneidad, naturalidad, independencia
de pensamiento y autenticidad de carácter
(menganito siempre dice lo que piensa)
cuando, en realidad, solo un tono
sereno y un discurso matizado y fundamentado permite crear un ambiente libre de
coacción donde todos, y no solo el sarcástico, puedan expresarse con libertad. En opinión del autor, todavía no tenemos
madurez democrática suficiente como para habernos habituado a la auténtica
libretad de expresión que parte del respeto. Tampoco la prensa ha ayudado. Muchos profesionales han aplaudido y alentado la intransigencia y
sectarismo de los partidos políticos. Y, más allá del conflicto de intereses de
la línea editorial, la falta de profesionalidad en el contraste de la
información ha contribuido en los
últimos años a crear una imagen de España, dentro de España, que en realidad
dista bastante de lo que se veía fuera. Dice Muñoz Molina que sin periodismo serio no hay sociedad democrática.
Sin información contrastada y rigurosa cualquier debate es un juego de
aspavientos en el aire. Esa idea la ilustra con una anécdota grotesca. En
un periódico nacional hace unos años aparecía un titular: la moda española
desembarca en Nueva York. Y era cierto que había habido un desfile de cuatro modistas
españoles, solo que el desfile lo financiaba el ministerio de cultura y solo
habían asistido las autoridades, los interesados, sus familiares y algunos
periodistas españoles.
La otra idea que creo que está presente en el libro,
incluso a donde creo que toda la obra está dirigida, es el
compromiso que tenemos con la historia. Todo lo que no se transmite a conciencia se
pierde en el paso de una generación a otra. La visión de Muñoz Molina es la
de alguien que creció soñando con un
mundo de libertades. Hoy, somos privilegiados sin saberlo. No tenemos
conciencia de lo excepcional que es en el mundo que la mayoría de la población
tenga cubiertas sus necesidades básicas.
Tenemos la responsabilidad con la
historia de transmitir lo que vivimos, de no callar, de recordar
a la siguiente generación de dónde venimos. Me gusta, porque creo que ilustra bastante esta
idea, una anécdota que cuenta el autor sobre su detención por manifestarse en contra
la condena a muerte en 1974 del
anarquista catalán Salvador Puig Antich. Muñoz Molina describe cómo
aquella condena provocó movilizaciones
en todo el país, incluso hubo intelectuales
próximos a la dictadura que se posicionaron contra la pena de muerte, y denuncia
cómo en una película de 2006 sobre Puig Antich,
las únicas protestas que aparecen son las que ocurrieron en Cataluña,
como si el resto no hubieran existido.
Tengo la impresión de que para Muñoz Molina escribir
este libro ha sido una necesidad, que ha
sentido el deber moral de hacerlo, de
contar todo lo que sabe y ha visto, de no callar. Creo que hay que agradecerle
que lo haya hecho con tanta valentía. Como él mismo afirma: recordar
y contar lo que uno ha visto, esforzándose
por no mentir y por no halagar y por no dejarse engañar uno mismo por el
resentimiento o por la nostalgia es una obligación cívica.