Leí Suburbana en verano
cuando era un borrador. La leí de un tirón y llamé corriendo a Claudio para
hablar con él de la novela antes de que se me pasara la euforia porque Suburbana me había hecho reír, y pensar,
y llorar, porque, en pocas palabras, la novela me había conmovido.
La historia empieza cuando Renzo, que vive en Madrid,
recibe la noticia de la enfermedad de su padre y viaja a Buenos Aires para
acompañarle en lo que posiblemente sean sus últimos días. En el hospital,
conoce a una hermana que no sabía que tenía y a partir de ahí se inicia el
redescubrimiento de un padre con el que intuimos que Renzo había tenido más de
un desencuentro.
Siempre se dice que la adolescencia es la etapa más
difícil porque los adolescentes necesitan distanciarse de sus padres,
enfrentarse a ellos incluso, para llegar a ser ellos mismos. Sin embargo, en
cierto modo, creo que la verdadera independencia llega cuando el padre o la
madre fallecen, cuando dejamos de tener esa mirada aprobadora o reprobadora
sobre nosotros y no nos queda más remedio que mirarnos exclusivamente a través
de nuestros propios ojos. Al mismo tiempo, liberados también de esa presión,
podemos verlos a ellos con una mirada nueva.
El viaje interior de Renzo y el regreso a los orígenes se
desarrollan, con gran acierto, a través de dos historias paralelas: la de Renzo
y su acomodada y gran familia, y la de su hermana, Alma, y su trágico y
desestructurado entorno. Y es esa doble mirada, la del hombre al que parece
pesarle la pasividad de su familia frente a la dictadura, y la de la mujer que
añora esa familia de Renzo, que se antepone a sí misma a todo lo demás, y que
está dispuesta a lo que sea por sacar al clan adelante, la que enciende también
en el lector la chispa de esa mirada nueva. Esa doble historia se refuerza además
por una ambientación sabiamente elegida y contrapuesta: los asados familiares
para recordar y narrar la historia de Renzo, y el remoto y aislado entorno del
Tigre para la historia de Alma.
Un cúmulo de aciertos, en el que la ambientación, el
ritmo, los personajes y las tramas sostienen con firmeza los temas de la novela
y dejan en el lector un gusto dulce, sanador y apacible que es raro encontrar
en la literatura.
Maite
Fernández Estañán
Creo que todos
hemos leído Suburbana no sólo ya
antes de que la escribiese Claudio, incluso antes de que la imaginase. El
mérito de Claudio radica en ponerle las palabras justas, el ritmo adecuado y
las situaciones parabólicas imaginativas (y otras no tanto) para situarnos en
la caverna que cada uno de nosotros llevamos dentro y colocarnos la mochila que
transportamos a la vista de todos. Suburbana
forma parte de nuestro ADN, de esa dualidad que nos define: la vida que
vivimos de forma real y esa otra exógena, que vivimos a través de los otros o
de los acontecimientos que van sucediendo a nuestro alrededor y que nos
producen nostalgia, envidia, amor, reproches… y toda la retahíla de
sentimientos que creemos propios y que en realidad surgen por yuxtaposición o
contraposición al entorno. Y me gusta esa palabra que acabo de citar porque,
aunque Suburbana muestra esa
dualidad, realmente lo que hace es yuxtaponer, en una estructura perfectamente
forjada, fórmulas antagónicas para sumar y decirnos de qué estamos hechos los
humanos. Claudio es arquitecto y conoce bien los materiales de construcción, su
resistencia, su elasticidad, su poder de atracción… y ahora también su piel y
su alma.
Como
tenéis que leer Suburbana, de Claudio
Mazza, no voy a descubrir la trama, sólo apuntar que me encantan el paraje de
El Tigre y el cuaderno de Alma, porque para mí ahí está el verdadero libro; el
libro dentro del libro. El resto es vida, que no es poco.
Santiago
Báez
Suburbana es una novela profunda en la que se
palpa el compromiso del autor con el contexto en los que sitúa a sus personajes
y con lo que quiere contar. Claudio
parece haberse dejado el alma en cada párrafo para que entendamos qué ha
significado para las personas corrientes, los héroes anónimos como él dice, la
historia reciente de su país. Para conseguirlo utiliza un elenco muy amplio de
personajes a los que somete a situaciones cotidianas, como un concurso de talentos infantil
con la censura de fondo o una tarde de cine con vuelta a casa en autobús
interrumpida por una redada. Pero también los pone a prueba ante circunstancias
límite o clandestinas. Todos
ellos sortean la vida de manera muy diferente (desde la militancia activa hasta
la aceptación del poder), pero cada uno tiene que convivir con sus propias
miserias. Ahora que rememoro la novela, me doy cuenta que me han
emocionado más los personajes más débiles, los que sobreviven sin querer enterarse de lo que pasa.
¿Será que es ahí donde Claudio quería que llegara? No creo. Suburbana
no es una novela adoctrinadora. Todos sus personajes están llenos de matices y
cada lector se va a quedar con algo diferente. Claudio narra los hechos con
contundencia, sin adornos. Empleando el lenguaje culinario tan presente en su
novela, su prosa es rica y
cruda, sin aderezos. Por eso la naturaleza humana flota por encima de cualquier
episodio y la novela trasciende su contexto, nos habla de nosotros mismos y nos
conmueve. Y si alguien cree que exagero que haga la prueba: a ver si consigue
leer el capítulo 1979 sin sentir una enorme compasión ante la cobardía.
Charo
Santolaya
Lo primero que pienso al rememorar la lectura de Suburbana es “cercanía”. Hay tantos
detalles que me hicieron identificarme con ella que me parece mentira que la
haya escrito alguien a priori diferente a mí, y que se desarrolle en un lugar
tan distante de mi propio “mundo”. Pero en eso consiste su grandeza: en hacerme
paladear un submarino aunque nunca lo haya probado y no case con el pegajoso
calor del diciembre bonaerense; en permitir que asista a los asados familiares
del 9 de Julio y ayude a la madre a preparar las empanadas como si supiera la
receta de memoria; en impulsarme a correr con Alma y su madre huyendo de sus
perseguidores por las calles de Tigre; en hacerme reír y llorar al mismo tiempo
ante los ceremoniales de un entierro. Creo que aún estoy allí, en Morena y en
el hospital y en “El Otro Mundo” y en el jardín del Viejo y en las calles del
Madrid que recibe al exiliado. Y nunca estuve. O puede que sí.
MCarmen
G. Galott
Cuando empiezas una novela es difícil adivinar si responderá a tus
expectativas y hay que leer algunas hojas hasta ver el rumbo que coge. No es eso
lo que ocurre cuando abres Suburbana, no. Esta novela arranca a lo grande, con ecos
de esas consagradas novelas familiares que ha dado la buena literatura.
Así es como me atrapó Suburbana, desde la primerita hoja, como el
nogal de la bisabuela Otilia atrapó su ira (y sus uñas) el día que la obligaron
a criar un hijo que no era suyo.
Solo con esos primeros párrafos sabía que sería una novela que no
me dejaría indiferente y mucho menos podría leerla sin que fuera casi del tirón.
Me equivoqué. Al leer la segunda hoja, sentí que me estaban hablando
de algo conocido, algo que hablaba de mi propia experiencia y lloré... mucho...
La voz de Renzo, su reflexión en el avión sobre la llamada que le comunicaba que
su padre se debatía entre la vida y la muerte, era la de tantas personas que un
día, sin previo aviso, se encuentran en esa situación y sus vidas cambian en ese
preciso segundo. Me dio miedo seguir, lo confieso. La tuve aparcada unos días, había
que coger resuello y seguir porque la pluma de Claudio me prometía momentos intensos,
de gran placer literario (su prosa es un cóctel de poesía, humor, buen manejo del
lenguaje...) pero también me dejaba claro que habría muchos más momentos de emoción.
Habría que hacerse al menos con un paquete de kleenex y tenerlo a mano para continuar.
Y los usé.
A partir de ahí, me dejé llevar por las calles de Buenos Aires, (porque
la ciudad forma parte de ese elenco de personajes que pueblan la novela) como me
dejé arrastrar por la vida de unos personajes construidos con mucho amor, con pasión.
Y fuimos conociendo a cada uno de ellos. A ese padre respetado, adaptable a las
circunstancias, con su secreto oculto durante tantos años, una madre dispuesta a
todo por mantener su familia unida (buen ejemplo el parentesco más biológico que
afirma que "la sangre es más espesa que el agua"). Alma, gran pilar de
la novela, hermana aparecida, que tanto deseó haber tenido una familia estable y
que, sin embargo, la vida la obsequió con un sinfín de circunstancias personales
e históricas que se lo impidieron y es, a través de ella, con la que Claudio nos
pincela muchos momentos de la historia más reciente de Argentina. Y tantos otros
personajes secundarios, pero no por ello menos interesantes, que dan armazón a esta
preciosa novela.
Quiero señalar también lo que he disfrutado con las preciosas y
oportunas citas introductorias de cada capítulo, muestra de las muchas lecturas
de Claudio a lo largo de su vida.
La experiencia de la lectura es única para cada lector pero creo
que es fácil coincidir en que Suburbana nos habla de sentimientos, algunos muy profundos,
y con los que nos identificamos en muchos pasajes. Para mí, es una novela de permanente
emoción, de las que arañan el corazón (en el sentido más poético del término) y
eso lo hace Claudio como un gran maestro de la palabra.
Carmen Chincoa